De entrerrianos amores a la china (una entrevista con Antonella Percara y Martin Montiel)

CRI 2016-05-11 11:24:36
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En los comienzos de marzo de 2016, tras un vuelo demorado, llegaron a Beijing Antonella y Martín, mi hermana y cuñado respectivamente. Cansados, sufriendo el tan famoso jet lag, iniciaban un encuentro con la cultura que años atrás alimentaba el amor y que, seguramente, ahora lo intensificaba o ratificaba una vez más.

Vaciaron los bolsos, entregaron las ofrendas de yerba mate y dulce de leche que siempre se agradecen. Anto me puso al tanto de los chusmeríos de Crespo, Entre Ríos. A la semana, uno de esos inmensos paquetes de té argento se sentía más liviano, ya con apenas uno de los tres kilos que supo ostentar magnificentemente.

De Beijing, la capital de China, supieron testificar casi todo. La ciudad de más de 20 millones de habitantes parecía ahora esa Crespo, de menos de 20 mil, con su pareja de aves dando la bienvenida en el pórtico de la localidad, que aquí suplían estatuas taoístas y confucionistas.

-¿Ah, lo conocen a Mauricio? –les pregunta un salvadoreño durante un viaje en subte, partiendo de la estación Babaoshan, al oeste de la ciudad.

-Sí, es ese –contestan mientras me señalan. Así me reencontraba con quien alguna vez me invitó a un partido de fútbol y se demostraba, con hechos, la calidez de una ciudad gigante.

Y es que Pekín se hace pueblo, se empequeñece hasta ser casi un barrio, un punto de encuentro, la inmensidad de una casa compartida. Martín me guía en la salida del metro, es que a veces pierdo el rumbo cuando recuerdo esa Crespo de mi familia y amigos.

El sol brilla más que nunca, haciendo que las tierras de Confucio parezcan de película. Pero ese día, Martín y Antonella, en el encierro silencioso de un estudio de radio, narran su historia de amor y cuentan para todos lo que guardaban para pocos, esa historia de cómo el Pakua los encontró sin previo aviso. Martín siendo instructor de esta disciplina, Antonella una alumna, ambos convergiendo con la filosofía oriental. Babaoshan, la montaña que da nombre a esta estación de subte, significa "montaña de los ocho tesoros" y es, quizás, inspiración para dejar ahí, por siempre, secretos que el viento ocultará en su cima como tesoros amalgamados en octava.

Mis relativos ganaron un concurso organizado por el departamento de la lengua que, en su momento, nació para unificar a todas las lenguas. Luo Huan, una de mis colegas, traduce al español lo que las trabajadoras del servicio de Esperanto de Radio Internacional de China comparten en un almuerzo vegetariano y, a su vez, lo que se habla en español lo muta a chino mandarín. De a ratos, la conversación es esperanto-chino-español, por momentos chino-esperanto-español, hasta que apenas son miradas que se cruzan, miradas que dicen más que las palabras. La traducción se hace mimética y no verbal. La verbalidad da sitio a la física misma de la comunicación, el lenguaje común de los pueblos. Universalmente comprensible, la pantomima logra eso que el esperanto o el inglés han intentado alcanzar sin éxito aparente.

Tian'anmen, Beihai, el Puente de Marco Polo y los regateos en mercados; comienzan a cristalizarse en recuerdos, memorias de una ciudad que cuenta milenios y salva leyendas.

A fines de marzo, un avión despega hacia el otro lado del mundo. Entre Ríos, la tierra de los panzas verdes, aguarda entre sus charcos el regreso de aquellos gauchos errantes que hacía casi un mes partían pa' l otro lado del mundo.

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