El hacha de oro
Texto e ilustraciones: Yang Yongqing
Había una vez un niño llamado Cheng Cheng. Como había nacido en una familia pobre, de muy joven comenzó a trabajar en la casa de un terrateniente tan tacaño que le apodaban el “Nunca Satisfecho”. El “Nunca Satisfecho” mandaba todos los días a Cheng Cheng a transportar agua, limpiar el piso, cortar la leña, entre otras labores, pero a menudo no le daba comida.
Un día, Cheng Cheng regresó a casa del terrateniente luego de transportar agua, cuando el “Nunca Satisfecho” le dio un hacha y le ordenó ir a cortar leña. Tan cansado estaba Cheng Cheng que al pasar por un pequeño puente le flanquearon las piernas y estuvo a punto de caerse. Sin embargo, el hacha se le cayó al río y desapareció rápidamente.
Cheng Cheng había perdido el hacha y no podía cortar leña. ¡Cuando regresase a casa le esperaría una paliza del terrateniente! Cheng Cheng se sentó en la orilla del río y se puso a llorar. Al oír su llanto, el dios del río se le acercó convertido en un anciano de barba blanca: “Hijo, ¿por qué lloras?”.
Cheng Cheng le contó cómo había perdido el hacha. “¡Espera, hijo!”, le dijo el anciano, quien se lanzó al río de rápida corriente. “¡Tenga cuidado, abuelo!”, le gritó el chico.
Un rato después, el anciano salió del agua levantando un hacha de oro y le preguntó: “Hijo, ¿esta es el hacha que has perdido?”. Moviendo las manos, Cheng Cheng negó con toda sinceridad: “No, esa no es mi hacha”.
Más tarde, el anciano salió con un hacha de plata y le preguntó: “Hijo, ¿esta es el hacha que has perdido?”. Cheng Cheng lo negó otra vez con sus manos: “No, esa tampoco es mi hacha”.
Cuando el anciano salió del agua por tercera vez y Cheng Cheng vio su hacha de hierro en las manos del abuelo, no pudo controlar su alegría: “¡Esa es mi hacha! ¡Gracias, abuelo!”.
Cheng Cheng tomó el hacha y con una manga la secó. Cuando levantó la cabeza para darle nuevamente las gracias al anciano, descubrió que este ya había desaparecido.
Con un agradecimiento sincero en el corazón, Cheng Cheng fue a cortar leña en las montañas. El hacha, por haber pasado por las manos del anciano, tenía poderes mágicos y se había vuelto muy afilada. Las ramas de los árboles se quebraban con el solo roce del hacha. En poco tiempo, Cheng Cheng había logrado cortar ya toda la leña que necesitaba.
Al ver a Cheng Cheng regresar, el “Nunca Satisfecho” comenzó a regañarle: “Tan tarde regresas. ¿Adónde fuiste a jugar?”. Cheng Cheng le contó todo lo que había pasado y el “Nunca Satisfecho” reaccionó con ira: “Eres el más tonto del mundo. ¿Por qué no pediste el hacha de oro? ¡También podía haber sido el de plata!”.
Durante toda esa noche, el “Nunca Satisfecho” soñó con las hachas de oro y plata. Al amanecer, encontró un hacha de hierro lleno de moho, fingió ser un leñador y se dirigió al pequeño puente. Al ver que nadie estaba en los alrededores, tiró la vieja hacha al río.
Luego, el “Nunca Satisfecho” se sentó en la orilla y se puso a llorar. El dios del río volvió a aparecer en la forma de un anciano de barba blanca: “¿Por qué lloras?”, le preguntó. El “Nunca Satisfecho” mintió: “Se me cayó el hacha al río por descuidado mientras pasaba por el puente. Mi patrón me lo reprochará seguramente”.
“No te preocupes, déjame ayudarte”, dijo el anciano, quien se lanzó inmediatamente al agua. No tardó mucho en salir con la vieja hacha del “Nunca Satisfecho”. Pero este, mientras agitaba las manos, se apresuró en decir: “Esa no es la que se me cayó”.
El anciano de barba blanca sonrió y puso el hacha en el suelo. Volvió a meterse en el agua y salió con una de plata. El “Nunca Satisfecho” quiso extender su mano para recogerla, pero al pensar en la de oro movió la cabeza y dijo: “Esa tampoco es la que se me cayó”.
En la tercera vez, el anciano salió con un hacha de oro. Al verla, le brillaron los ojos al “Nunca Satisfecho”. La cogió enseguida y la tuvo estrechamente entre sus manos. Dijo repetidamente: “Es mía, es mía”.
El “Nunca Satisfecho” recogió ávidamente del piso el hacha de plata. Con el hacha de oro en una mano y la de plata en otra, se dijo a sí mismo con algarabía: “Jajaja. ¡Me volveré muy rico!”. Ni se percató de la partida del anciano de barba blanca.
El “Nunca Satisfecho” caminó hasta la mitad del puente y, de repente, el hacha de oro salió volando lentamente de su mano. Se apresuró a cogerla y, del pánico, perdió el equilibrio y cayó al río. Desapareció enseguida.
Luego de la muerte del “Nunca Satisfecho”, su mujer, como no sabía que el hacha de hierro era mágica, se la dio a Cheng Cheng como salario. Con el hacha mágica, Cheng Cheng conseguía todos los días mucha leña de calidad. Poco a poco su familia empezó a llevar una vida con holgura.
Texto e ilustraciones: Yang Yongqing
Había una vez un niño llamado Cheng Cheng. Como había nacido en una familia pobre, de muy joven comenzó a trabajar en la casa de un terrateniente tan tacaño que le apodaban el “Nunca Satisfecho”. El “Nunca Satisfecho” mandaba todos los días a Cheng Cheng a transportar agua, limpiar el piso, cortar la leña, entre otras labores, pero a menudo no le daba comida.
Un día, Cheng Cheng regresó a casa del terrateniente luego de transportar agua, cuando el “Nunca Satisfecho” le dio un hacha y le ordenó ir a cortar leña. Tan cansado estaba Cheng Cheng que al pasar por un pequeño puente le flanquearon las piernas y estuvo a punto de caerse. Sin embargo, el hacha se le cayó al río y desapareció rápidamente.
Cheng Cheng había perdido el hacha y no podía cortar leña. ¡Cuando regresase a casa le esperaría una paliza del terrateniente! Cheng Cheng se sentó en la orilla del río y se puso a llorar. Al oír su llanto, el dios del río se le acercó convertido en un anciano de barba blanca: “Hijo, ¿por qué lloras?”.
Cheng Cheng le contó cómo había perdido el hacha. “¡Espera, hijo!”, le dijo el anciano, quien se lanzó al río de rápida corriente. “¡Tenga cuidado, abuelo!”, le gritó el chico.
Un rato después, el anciano salió del agua levantando un hacha de oro y le preguntó: “Hijo, ¿esta es el hacha que has perdido?”. Moviendo las manos, Cheng Cheng negó con toda sinceridad: “No, esa no es mi hacha”.
Más tarde, el anciano salió con un hacha de plata y le preguntó: “Hijo, ¿esta es el hacha que has perdido?”. Cheng Cheng lo negó otra vez con sus manos: “No, esa tampoco es mi hacha”.
Cuando el anciano salió del agua por tercera vez y Cheng Cheng vio su hacha de hierro en las manos del abuelo, no pudo controlar su alegría: “¡Esa es mi hacha! ¡Gracias, abuelo!”.
Cheng Cheng tomó el hacha y con una manga la secó. Cuando levantó la cabeza para darle nuevamente las gracias al anciano, descubrió que este ya había desaparecido.
Con un agradecimiento sincero en el corazón, Cheng Cheng fue a cortar leña en las montañas. El hacha, por haber pasado por las manos del anciano, tenía poderes mágicos y se había vuelto muy afilada. Las ramas de los árboles se quebraban con el solo roce del hacha. En poco tiempo, Cheng Cheng había logrado cortar ya toda la leña que necesitaba.
Al ver a Cheng Cheng regresar, el “Nunca Satisfecho” comenzó a regañarle: “Tan tarde regresas. ¿Adónde fuiste a jugar?”. Cheng Cheng le contó todo lo que había pasado y el “Nunca Satisfecho” reaccionó con ira: “Eres el más tonto del mundo. ¿Por qué no pediste el hacha de oro? ¡También podía haber sido el de plata!”.