Las ruinas del palacio de Lhagyari
Por FAN JIUHUI
Estaba atardeciendo cuando llegué en la motocicleta a trompicones ante las gigantescas ruinas del palacio de Lhagyari. El sol poniente tenía el color de la sangre, al igual que mi estado de ánimo. Me había estado preparando para este viaje durante medio año, y al final decidí viajar en moto. La principal razón por la que opté por este medio de transporte es que lo había comprado hacía medio año y no lo había estrenado.
Las ruinas del templo de Lhagyari.
Primera impresión
Todos los palacios imperiales se muestran respetables y majestuosos, desde el de Yumbulagang, del período de Yarlung, hasta el de Potala, de las dinastías Tubo, así como este que estaba frente a mí. ¿Se debe quizás a la costumbre que tenían las familias reales de construir sus palacios en las alturas para ocupar una posición dominante? Las ruinas del palacio de Lhagyari se encuentran en unos acantilados de 30 metros de altura. La escarpada pendiente del camino me puso muy nervioso.
Haciendo de tripas corazón conduje hasta la plaza del palacio, y solo allí me di cuenta de que había olvidado el consejo de un amigo: no visitar las ruinas cuando se pone el sol, porque te dan sensación de pesimismo y de sinsentido de la vida, como si el Monje Tang, de la película Una odisea china (A Chinese Odyssey), te estuviese constantemente hablando al oído acerca de la transitoriedad de la vida.
No es difícil imaginar su incomparablemente brillante pasado a pesar de los daños. Todo se relaciona con el momento más próspero de la dinastía Lhagyari. De acuerdo con el Registro de las reliquias culturales del distrito de Qusum, después de la caída de las dinastías Tubo, en Ngari se formó el reino Guge. Alrededor del siglo XII, los descendientes de la familia real Tubo, que vivían en la zona de Yarlung, volvieron a Qusum y establecieron allí una pequeña dinastía, con la construcción de un templo llamado Gyari y un palacio desde el que ejercer el poder. Desde entonces, los descendientes reales se consideraban como Gyari, y añadieron la palabra “Lha”, que significa “dios, o santo” en tibetano, formando de esta manera la familia Lhagyari. Con el paso del tiempo, la familia Lhagyari se convirtió en una teocracia local, gobernada por el Lama Lhagyari. Estas ruinas frente a mí eran su palacio.
Ruinas de las grutas de Lhagyari
Después del siglo XII, el Tíbet experimentó cambios frecuentes de régimen, desde la dinastía Sakya y dinastía Phagmo, hasta la administración de la secta Gelug. Sin embargo, la dinastía Lhagyari se mantuvo unificada política y administrativamente debido a que descendía directamente de la familia real Tubo. A pesar de ello, a principios del siglo XVIII, el Lama Lhagyari apoyó la invasión del Tíbet por parte de los mongoles Dzungar, y en la guerra de expulsión de los Dzungar del Tíbet de la dinastía Qing, jugó un papel no glorioso que le valió una sanción del gobierno local de Kashag tibetano. Desde entonces, los Lhagyari fueron perdiendo cada vez más poder.
Sin embargo, pese a la sanción, el Lama Lhagyari, gobernante real del área del distrito de Qusum, todavía podía legislar, establecer cárceles, construir instrumentos de tortura y contar con instituciones administrativas completas. En noviembre de 1965, el Consejo de Estado aprobó renombrar el distrito de Lhagyari como Qusum, nombre que se ha usado hasta hoy.
Las grutas de la aldea de Luocun
De pie sobre las ruinas de la dinastía Lhagyari, decidí continuar el viaje para llegar a su interior con la intención de visitar, o descubrir, lo espléndido de su pasado.
Según me había informado, había unas grutas llamadas Luocun en el camino a la montaña sagrada de Lhari desde el distrito de Qusum. Por lo tanto, la visita comenzó de manera natural en la aldea de Luocun. Desde la montaña que se encontraba a la entrada de la aldea, Luocun parecía una hoja escondida en un gran bosque de bloques de tierra, por lo que es fácil que pase desapercibida para los turistas.
El actual templo de Lhagyari.
La aldea de Luocun es muy pequeña y está dividida en dos por un pequeño río. En los inviernos fríos, el río se congela y los niños juegan en su superficie, diversión cara en los parques del interior del país. Durante miles de años, los ríos han ido tallando el “bosque de bloques de tierra” en los altos acantilados de ambos lados, en los que se encuentran numerosas grutas. Se trata de las grutas de Luocun.
Las grutas estaban esparcidas al noreste, norte y sur de la aldea. En los acantilados hay más de cien cuevas de diversos tamaños.
Visité algunas de las grutas, en el noreste y el norte, que tenían estructuras similares. Los niños que me seguían perdieron la paciencia y se fueron. Mirando hacia el sur, vi la cueva más grande. Según me habían contado los niños, tiene un bonito nombre tibetano que significa “nariz de res”. Según el Registro de las reliquias culturales del distrito de Qusum, “las cuevas se excavaron con herramientas de metal en la fachada de los acantilados, y el techo y las paredes fueron recubiertos con una capa de barro pintada de yeso blanco”.
Tras llevar a cabo una serie de análisis sobre la forma y la estructura de las grutas, así como del estilo y del contenido de los murales, el Registro considera que las grutas de Luocun contaban con características de las grutas budistas del siglo XI al siglo XIV, y deduce que su construcción también debe ser de la misma época. Asimismo, considera que muchas características son similares a las Grutas de Mogao, en Dunhuang, Gansu.
La arqueología buscaba pruebas, pero yo solo era un viajero de paso, y el vuelo de la imaginación fue otra de las satisfacciones que obtuve de este viaje.
Fuentes termales de Siu
Las grutas de Lhari deben estar en el cantón de Siu. Pero no las encontré, aunque pregunté a varias personas. Ya había anochecido cuando vi el letrero de un balneario.
En invierno, el balneario de Siu está rodeado de una atmósfera severa. El agua estaba congelada, incluso en el bajo curso del río. El vapor del agua caliente del manantial se congelaba a sólo medio metro de distancia, formando unos carámbanos chispeantes. Los aldeanos locales construyeron unas casas estilo tibetano en la parte inferior de la fuente termal, y de allí el balneario que decía el letrero.
Las fuentes termales de Siu también se llamaban el Manantial de Cuervo. Según la leyenda, un monje que tenía un zurrón vio cómo un cuervo se lo robaba. Echó a correr persiguiendo al cuervo para recuperarlo y llegó casualmente a este lugar, donde vio el vapor que emanaba del agua caliente. Entonces metió los pies en el agua y resultó que el dolor de los pies causado por la carrera desapareció en seguida. De ahí el nombre de la fuente.
En la espaciosa plaza del palacio de Lhagyari, solo estábamos la moto y yo. Fotos de Fan Jiuhui
El balneario tiene dos baños de aguas termales, uno arriba y otro abajo. Se exige lavarse los pies primero en el de abajo y, luego, bañarse en el de arriba. Mi cuarto estaba frente al baño de abajo. Las dos piscinas de los baños están a 10 metros de distancia y se comunican con unas escaleras. Están cubiertas por un techo de chapa, y tienen piso y paredes de cemento. La piscina de arriba mide cinco metros cuadrados y está dividida en dos partes por una pared de cemento que llega a la altura de la cintura, y en la parte inferior de la pared hay un hueco por donde pasa el agua del manantial. Debido al alto contenido mineral del agua, se había formado una capa gruesa de color blanco en el orificio de salida.
A la mañana siguiente, me desperté con unas risas infantiles. Al salir del cuarto, vi a unos niños jugando en el agua del baño de abajo. Entonces participé en su diversión para sentir de nuevo el calor del spa de Siu.
El día anterior, como había estado apurado y no había podido prestar atención más que a las condiciones del camino, no había podido disfrutar mucho del paisaje. A menos de tres kilómetros del balneario de Siu, vi dos grutas, parecidas a las de Luocun, en lo alto de un acantilado. Y debajo del acantilado se encontraba una aldea, pegada a unas enormes ruinas.
El edificio más llamativo de la aldea era el pequeño templo en el centro de la localidad. Los lugareños me dijeron: “Este pueblo se llama Jierigong, y el templo, Jieri, que según la leyenda, se trata del primer templo construido por el rey Lhagyari en Shannan. Por lo tanto, el rey enviaba cada año gente aquí para agregar aceite y poner inciensos”. Al oír eso, me puse muy contento. ¡El primer monasterio de Lhagyari! Entonces, ¿las grutas deberían ser de Lhari? La respuesta era positiva.
Las grutas del acantilado estaban justo frente a la carretera que llegaba al balneario. Como había muy pocas visitas, el lugar se había convertido en un bastión de estorninos salvajes. Al acercarme, me sorprendió un centenar de pájaros que salieron volando. Las dos grutas se comunicaban por el interior a pesar de la diferencia de altura. La más baja debería ser la vivienda de los monjes, pues se veían huellas de humo en el techo. Y en la pared interior de la más alta, que me imaginaba que habría servido originalmente de templo, se veían unos murales borrosos, en los que con dificultad se podía distinguir que eran retratos de dos lamas. Dado su estilo, sus formas y sus colores seguramente eran obras posteriores.
Las grutas de Lhari estaban más dispersas que las de Luocun. De acuerdo con los ancianos, además de las grutas de la aldea, a unos cinco kilómetros había más, y la montaña sagrada de Lhari quedaba detrás de las grutas lejanas. Tal vez por el fuerte impacto de las grutas de Luocun, o por el miedo a caminar a pie hasta tan lejos, perdí el interés por visitar esas grutas lejanas.
Durante esos dos días de viaje en motocicleta por caminos muy malos, fui dejando de preocuparme por ella. Además, manejaba cada vez con más habilidad. Por lo tanto, también mi estado de ánimo había mejorado. Lo desconocido y maravilloso del viaje me esperaba. Cuando salí, me sentía un poco confundido y nervioso. Ahora todos esos sentimientos habían sido sustituidos por un fuerte deseo de conocer. Quizás sea esa la sensación a la que aspiraban los viajeros.
Por FAN JIUHUI
Estaba atardeciendo cuando llegué en la motocicleta a trompicones ante las gigantescas ruinas del palacio de Lhagyari. El sol poniente tenía el color de la sangre, al igual que mi estado de ánimo. Me había estado preparando para este viaje durante medio año, y al final decidí viajar en moto. La principal razón por la que opté por este medio de transporte es que lo había comprado hacía medio año y no lo había estrenado.
Las ruinas del templo de Lhagyari.
Primera impresión
Todos los palacios imperiales se muestran respetables y majestuosos, desde el de Yumbulagang, del período de Yarlung, hasta el de Potala, de las dinastías Tubo, así como este que estaba frente a mí. ¿Se debe quizás a la costumbre que tenían las familias reales de construir sus palacios en las alturas para ocupar una posición dominante? Las ruinas del palacio de Lhagyari se encuentran en unos acantilados de 30 metros de altura. La escarpada pendiente del camino me puso muy nervioso.
Haciendo de tripas corazón conduje hasta la plaza del palacio, y solo allí me di cuenta de que había olvidado el consejo de un amigo: no visitar las ruinas cuando se pone el sol, porque te dan sensación de pesimismo y de sinsentido de la vida, como si el Monje Tang, de la película Una odisea china (A Chinese Odyssey), te estuviese constantemente hablando al oído acerca de la transitoriedad de la vida.
No es difícil imaginar su incomparablemente brillante pasado a pesar de los daños. Todo se relaciona con el momento más próspero de la dinastía Lhagyari. De acuerdo con el Registro de las reliquias culturales del distrito de Qusum, después de la caída de las dinastías Tubo, en Ngari se formó el reino Guge. Alrededor del siglo XII, los descendientes de la familia real Tubo, que vivían en la zona de Yarlung, volvieron a Qusum y establecieron allí una pequeña dinastía, con la construcción de un templo llamado Gyari y un palacio desde el que ejercer el poder. Desde entonces, los descendientes reales se consideraban como Gyari, y añadieron la palabra “Lha”, que significa “dios, o santo” en tibetano, formando de esta manera la familia Lhagyari. Con el paso del tiempo, la familia Lhagyari se convirtió en una teocracia local, gobernada por el Lama Lhagyari. Estas ruinas frente a mí eran su palacio.
Ruinas de las grutas de Lhagyari
Después del siglo XII, el Tíbet experimentó cambios frecuentes de régimen, desde la dinastía Sakya y dinastía Phagmo, hasta la administración de la secta Gelug. Sin embargo, la dinastía Lhagyari se mantuvo unificada política y administrativamente debido a que descendía directamente de la familia real Tubo. A pesar de ello, a principios del siglo XVIII, el Lama Lhagyari apoyó la invasión del Tíbet por parte de los mongoles Dzungar, y en la guerra de expulsión de los Dzungar del Tíbet de la dinastía Qing, jugó un papel no glorioso que le valió una sanción del gobierno local de Kashag tibetano. Desde entonces, los Lhagyari fueron perdiendo cada vez más poder.