Los frutos de estar en China

2016-05-31 09:59:21
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Por ANDREA LASHERAS ORTIZ*

Shikumen, literalmente “puerta de piedra”, es un estilo arquitectónico tradicional de Shanghai que apareció en la década de 1860. Yu Xiangjun

Shikumen, literalmente “puerta de piedra”, es un estilo arquitectónico tradicional de Shanghai que apareció en la década de 1860. Yu Xiangjun

Mi primer contacto con la sociedad china fue allá por 2011, cuando se me ofreció la posibilidad de colaborar con una asociación sin ánimo de lucro que ayudaba a los residentes chinos de Barcelona (España) a resolver sus problemas de salud. Los servicios que ofrecíamos iban desde acompañar a las personas a las visitas médicas y favorecer la comunicación entre médico y paciente (en la mayoría de los casos un obstáculo que provocaba que la población china no usara los servicios médicos), hasta un asesoramiento personalizado del itinerario terapéutico a seguir en función no solo de la situación económica, sino también de sus prioridades y valores.

Fue en aquel periodo donde empecé a familiarizarme con la sociedad y cultura chinas. Lo que saqué en claro de esta experiencia fueron dos aspectos: el primero fue la constatación de las dificultades que pasan las personas migrantes chinas en mi país, no solo a nivel de acceso a la salud, sino también a nivel económico, laboral, social y personal. El segundo fue caer en la cuenta de que cuanto más conocía sus situaciones personales, más me invitaba a reñirme con las ideas que yo misma me había elaborado sobre las personas de este origen y, por ende, de su sociedad y su cultura.

Pero mi visión ha ido tomando diferentes formas desde que vivo en China. Llegué a Shanghai en agosto de 2015 para estudiar un año de lengua y cultura chinas en la Universidad de Estudios Internacionales de Shanghai, gracias a una beca del Instituto Confucio. Al inicio todo me fascinaba: la comida, la arquitectura de la ciudad y sus contrastes, la diversidad de sus habitantes, el turismo nacional e internacional que aterriza en sus avenidas comerciales, el micromundo de sus parques y jardines, la velocidad atroz de la construcción inmobiliaria, la amplia y siempre creciente oferta cultural, turística y de otros servicios, el reflejo de la historia en cada esquina, e incluso la innovación en la proyección urbanística y en el uso de los espacios comunes.

La autora.

La autora.

Todo me parecía interesante, todo me atraía. El resultado de combinar una tradición milenaria tan arraigada con los ecos de la globalización centrada en Occidente estaba conformando gradualmente un escenario de características únicas, difícil de descifrar, pero que me invitaba a formar parte de él. Era una oportunidad muy valiosa de cara a mi vida personal y profesional.

El acecho de la nostalgia

No obstante, después del primer mes aproximadamente, empecé a notar las consecuencias directas de haberme alejado miles de kilómetros de mi casa. Extrañar no solo a mi familia y mis amigos, sino también a los olores, los sabores, el paisaje, el clima, el hablar mi idioma o el encontrarme con rostros familiares se estaba convirtiendo en un sentir recurrente, que daba indicios de sobrepasar los límites soportables.

Me viene a la memoria el malestar de aquel momento: ya no disfrutaba de la comida, ya no me sorprendía encontrar una reunión de amantes de la ópera en esos rincones de los parques donde consigues olvidar que vives en una ciudad de más de 20 millones de habitantes, ni siquiera admiraba la magnitud de sus calles, ni el collage de centros comerciales, lugares de culto, puestitos de comida callejera, boutiques, hoteles con historia, edificios futuristas, shikumen (construcción arquitectónica tradicional de Shanghai), mercados de todo tipo y para todos los bolsillos, farolillos rojos y luces de neón. Más bien, me sentía una hormiga perdida en medio de tanta inmensidad, asustada probablemente por el reto que suponía hacerme un hueco en esa realidad tan diferente a la mía en densidad, ritmos y costumbres.

Parque Yuyuan de Shanghai.

Parque Yuyuan de Shanghai.

Por otro lado, me costó mucho adaptarme a la vida de estudiante. El sistema educativo chino es bastante exigente, y no es para menos teniendo en cuenta la dificultad del idioma. Lo cierto es que no hay mejor estrategia para aprender una lengua que hacer una inmersión total en el lugar de origen. Tener una media de cuatro horas al día de clase y otras tantas de estudio personal, además de verme en la necesidad de desenvolverme en el día a día en chino, han hecho que mi nivel mejore considerablemente.

Sin embargo, el proceso de aprendizaje de este idioma es arduo y lento, y se necesitan mucho esfuerzo y dedicación para empezar a ver los primeros frutos. No es difícil, por tanto, sentirse invadido por sentimientos de frustración que, en mi caso concreto, suponía el estímulo perfecto para no desear otra cosa que volver a casa. Ahora era yo la persona que había migrado a un lugar lejano, distante no solo en kilómetros sino también en tradiciones, igual que las personas de origen chino a las que había acompañado años atrás en España. Ahora era también capaz de entender mucho mejor sus dificultades, sus añoranzas, el amor por su país y la incansable necesidad de juntarse con los suyos y de dar vida a sus costumbres.

Así es que, aprovechando las vacaciones de invierno de la universidad, regresé a España y decidí organizar un viaje por China antes de reanudar el segundo semestre de clases. No era la primera vez que viajaba por el país, pero esta vez fue diferente por varias razones. Después de haber vivido un periodo en Shanghai y, por consiguiente, de haber mejorado mis habilidades de comunicación, el viaje me sirvió para darme cuenta de que era capaz de entender algunos códigos de conducta, de que era asimismo más sensible a los detalles históricos y, sobre todo, de que me había vuelto más respetuosa con las diferencias culturales.

Ser consciente de que mi experiencia en China, aunque hubiera sido por un periodo tan corto de tiempo (apenas seis meses), había provocado en mí unos cambios a un nivel tan profundo, hicieron de mi travesía por el interior del país una suerte de revelación. Por otro lado, pude apreciar más minuciosamente los lugares que visité, varios de ellos fuera de los itinerarios turísticos convencionales, así como entablar conversaciones con personas de diferentes edades, etnias y bagajes. Esto último tuvo especial relevancia porque sentí que por fin estaba dando uso al idioma y a mi experiencia en el contacto con la sociedad y cultura chinas.

La calle Nanjing bajo la lluvia.

La calle Nanjing bajo la lluvia.

Por primera vez empecé a sentir ganas de explorar más, comencé a entender el potencial que tiene este país tan grande y diverso. Sentí que se me abría un mundo de oportunidades porque lo que he comprendido es la voluntad que tiene China de crecer e innovar. Y mi deseo ahora es ser una pieza del engranaje, formar parte activa de este proceso en el que está inmerso el país utilizando, para ello, mis conocimientos de lengua y cultura chinas y aportando, al mismo tiempo, una visión externa y fresca. Estoy segura de que voy a encontrar ese hueco y de que voy a ser bien recibida. Hoy siento que todo el esfuerzo que he dedicado al estudio del chino está tomando forma y que pronto dará los frutos que tanto ansío recoger.

*Graduada en Antropología Social y Cultural, actualmente estudia lengua y cultura chinas en la Universidad de Estudios Internacionales de Shanghai gracias a una beca del Instituto Confucio.

Por ANDREA LASHERAS ORTIZ*

Shikumen, literalmente “puerta de piedra”, es un estilo arquitectónico tradicional de Shanghai que apareció en la década de 1860. Yu Xiangjun

Shikumen, literalmente “puerta de piedra”, es un estilo arquitectónico tradicional de Shanghai que apareció en la década de 1860. Yu Xiangjun

Mi primer contacto con la sociedad china fue allá por 2011, cuando se me ofreció la posibilidad de colaborar con una asociación sin ánimo de lucro que ayudaba a los residentes chinos de Barcelona (España) a resolver sus problemas de salud. Los servicios que ofrecíamos iban desde acompañar a las personas a las visitas médicas y favorecer la comunicación entre médico y paciente (en la mayoría de los casos un obstáculo que provocaba que la población china no usara los servicios médicos), hasta un asesoramiento personalizado del itinerario terapéutico a seguir en función no solo de la situación económica, sino también de sus prioridades y valores.

Fue en aquel periodo donde empecé a familiarizarme con la sociedad y cultura chinas. Lo que saqué en claro de esta experiencia fueron dos aspectos: el primero fue la constatación de las dificultades que pasan las personas migrantes chinas en mi país, no solo a nivel de acceso a la salud, sino también a nivel económico, laboral, social y personal. El segundo fue caer en la cuenta de que cuanto más conocía sus situaciones personales, más me invitaba a reñirme con las ideas que yo misma me había elaborado sobre las personas de este origen y, por ende, de su sociedad y su cultura.

Pero mi visión ha ido tomando diferentes formas desde que vivo en China. Llegué a Shanghai en agosto de 2015 para estudiar un año de lengua y cultura chinas en la Universidad de Estudios Internacionales de Shanghai, gracias a una beca del Instituto Confucio. Al inicio todo me fascinaba: la comida, la arquitectura de la ciudad y sus contrastes, la diversidad de sus habitantes, el turismo nacional e internacional que aterriza en sus avenidas comerciales, el micromundo de sus parques y jardines, la velocidad atroz de la construcción inmobiliaria, la amplia y siempre creciente oferta cultural, turística y de otros servicios, el reflejo de la historia en cada esquina, e incluso la innovación en la proyección urbanística y en el uso de los espacios comunes.

La autora.

La autora.

Todo me parecía interesante, todo me atraía. El resultado de combinar una tradición milenaria tan arraigada con los ecos de la globalización centrada en Occidente estaba conformando gradualmente un escenario de características únicas, difícil de descifrar, pero que me invitaba a formar parte de él. Era una oportunidad muy valiosa de cara a mi vida personal y profesional.

El acecho de la nostalgia

No obstante, después del primer mes aproximadamente, empecé a notar las consecuencias directas de haberme alejado miles de kilómetros de mi casa. Extrañar no solo a mi familia y mis amigos, sino también a los olores, los sabores, el paisaje, el clima, el hablar mi idioma o el encontrarme con rostros familiares se estaba convirtiendo en un sentir recurrente, que daba indicios de sobrepasar los límites soportables.

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