Pese a sus marcadas diferencias, entre ellas las lingüísticas y las culturales, China y Uruguay han consolidado a lo largo de los años una sólida amistad, que descansa sobre el ideal compartido de construir un mundo más justo y mejor.
Casi desde la fundación de la Nueva China, el 10 de octubre de 1949, Uruguay manifestó a la entonces dirigencia nacional de China, encabezada por el legendario líder Mao Zedong, el deseo de establecer relaciones diplomáticas con el nuevo régimen. Una compleja situación internacional, definida por el bloqueo que Estados Unidos impuso a países gobernados por partidos comunistas, impidió que los anhelos de ambos lados se concretaran en aquel azaroso pasado. Ello no impidió en el corto plazo el intercambio entre pueblos, representados por figuras progresistas oficiales y no oficiales, que en 1955 condujeron al establecimiento de oficinas comerciales. Fue el modesto inicio de una relación, respaldada por los intercambios de figuras de todos los ámbitos de la vida, que ofreció argumentos a líderes de ambas partes para concluir que el establecimiento de relaciones oficiales era impostergable.
Desde el 3 de febrero de 1988, fecha en la que comenzaron las vinculaciones oficiales, ambos Estados han materializado sus intereses y han defendido codo a codo ideales comunes en organismos internacionales.