Cuenta una fábula de Xun Zi que al sur de Xiashou vivía un hombre llamado Juan Shuliang, quien era extremadamente miedoso. En cierta ocasión, recorriendo un sendero alumbrado por la luz de la luna vio, al agachar la cabeza, su sombra ante él. Imaginó que un espíritu maligno se posaba a sus pies. Al elevar la vista, sus ojos se toparon con dos mechones de su pelo y pensó que un demonio lo acechaba por detrás. Asustado, volteó y no vio nada. El resto del recorrido lo realizó revisando continuamente su retaguardia. Al arribar a su casa cayó al suelo sufriendo las consecuencias del miedo que lo continuaba azotando y fulminado entregó su alma. Muchas veces, ante una cultura diferente nos predisponemos a confundirnos, a no percibir la real naturaleza de las cosas o a vernos implicados en una búsqueda interminable de demonios y fantasmas que no existen.
Antes de tomar la decisión de movilizarme exactamente al otro lado del globo, hubo muchos cuestionamientos que rondaban mi mente inquieta. Entre ellos, vale destacar la diferencia idiomática.
Debo decir que poseer lenguas diferentes puede ser un problema muy grande si no se lo intenta solucionar. Sé de personas que vienen a la capital china y que no son capaces de adaptarse, que sufren, que lloran. Pero si se quiere, se puede. Y no sólo se puede, se disfruta de una de las locaciones más emocionantes del planeta. Hay aplicaciones para el móvil de sobra, cursos presenciales y online de chino o colegas nativos dispuestos a ayudarte en cada oportunidad. Aprendiendo un par de frases y con un diccionario digital, la vida es vida y no un calvario. Además, todo se puede amenizar con un buen plato chino.
La comida es un punto crucial, están los foráneos que la odian y los que la aman. Yo estoy, por suerte, en el segundo grupo. Cada comida posee sabores únicos y las sazones identifican a las diferentes provincias o regiones chinas. Se destaca la pimienta de Sichuan (花椒), ese condimento capaz de dormir tu lengua, de simular un hormigueo de esos que sufre un brazo mal ubicado al pernoctar, pero que en la medida correcta resulta sencillamente una deliciosa tentación.
Así como un condimento es capaz de adormecer tu lengua, los flashes de las cámaras pueden despertarte en cualquier momento. Y es que a muchos chinos les gusta tomarse fotos con uno por el hecho de ser extranjero. Es una sensación extraña, pero que no deja de ser interesante.
La vida nocturna es escasa en la ciudad, con algunas excepciones como el barrio de preferencia extranjera de Sanlitun. Claro, la explicación de esa ausencia de veladas interminables es el estilo de vida, que claramente apunta al abandono de los vicios de la noche: se acostumbra a tener la cena antes de las siete de la tarde y el metro deja de funcionar aproximadamente a las once de la noche.
Pero así como las noches mueren jóvenes, las mañanas para los chinos nacen en las primeras horas del día, junto al alba. Despertar temprano es encontrarse con otro mundo u otra Beijing. Amigos desayunando juntos, señores hablando con sus vecinos, aromas a tofu, Chaogan, leche de soja y churros You tiao. Ciertas veces voy a un parque, al Lao Shan gong yuan, ubicado en el distrito de Shijingshan. Resulta completamente conmovedor observar a jóvenes y ancianos practicar en conjunto bádminton, básquet o ping-pong desde muy temprano. Y más emocionante aún es participar de dichas actividades y sumergirse en el mundo matinal de la capital del Norte.
En este tiempo en China, casi medio año, visité la Ciudad Prohibida, el Templo del Cielo, el Templo de los Lamas, la Gran Muralla, el Palacio de Verano y muchos otros sitios representativos presentes en Pekín. También me he adentrado a China, acercándome a Xi'an y sus Guerreros de Terracota; a Nanjing y su desconsolador homenaje a los caídos en la masacre; o a Tianjin y sus pluralidad arquitectónica, ofreciendo sus puertas al magnánimo Océano Pacífico.
Mi trabajo es algo que destaco de mis vivencias. El complejo de Radio China Internacional complejo cuenta con hotel para extranjeros, piscina, gimnasio y comedor. Hay gente de los más diversos lugares del mundo. La lengua más utilizada para la comunicación con colegas extranjeros de otros departamentos es el inglés, considero que le sigue el español no tan de cerca. Todo lo que consideraba indispensable para la comunicación se ve amenazado con el transcurrir de los días viviendo en un mundo de idiomas que se entrecruzan y crean un dialecto completamente nuevo, una forma de expresarse plagada de neologismos inter-idiomáticos.
Imaginar el mundo ahora para mí es mucho más complicado que antes de conocer China, pero describir el mundo quizás ahora comienza a ser algo más claro. Recuerdo un atrapante relato de Alejandro Dolina, "Espejos I" de "El libro de los fantasmas". En esa narración del escritor argentino se menciona la leyenda de la batalla entre el Emperador Amarillo y los habitantes del espejo, seres de universos paralelos que invadieron el nuestro y desataron una intensa guerra. El Emperador Amarillo fue el vencedor y por eso hoy estamos de este lado y no del otro. A veces creo que esa leyenda es real y se sigue escribiendo, quizás los límites entre esos dos mundos se han desdibujado y hoy estoy habitando el otro lado del espejo. Camino por las calles de Beijing, voy en subte o hago las compras cotidianas y siento que estoy en un lugar alternativo, inexplicable a través de las palabras. Siempre consideré que la imaginación era capaz de prever los sucesos a ocurrir, pero comenzar a vivir en Beijing derrocó ese pensamiento.
China es un país hermoso, con gente amable y siempre dispuesta a ayudar, con un idioma complicado pero no intratable y con una vida matutina estimuladora. Así como el papel de arroz que envuelve a los tanghulus (糖葫芦) de frutas caramelizadas son esos fantasmas que rondan nuestra mente antes de animarnos a adentrarnos a la cultura de China, esos mismos espectros que desaparecen tras encontrarnos con las bondades de un pueblo ansioso por recibir visitas y compartir miles de años de aprendizaje. Y es en ese momento en que descubrimos que ese papel de arroz es tan fino y delicado, tan suave e inconsistente, que no está hecho a base de arroz sino de plantas y que es comestible y una pócima para el alma.