Yo apenas llegaba a Beijing. Conocía a poca gente —hoy puedo decir que tengo muchos amigos, gracias a las fuerzas de un destino que me saludó con un abrazo cálido—. Estaba confundido y todavía lo estoy. Las piernas me flaqueaban y temblaban, no por temor sino por algún raro efecto producto del vuelo, del cambio horario, de la ciudad, del clima o de vaya a saber qué.
Ese sábado había quedado con mi amigo Abel Rosales —un colega cubano fantástico y mi primer amigo hispanoparlante en tierras pekinesas—, para ir a comprar unas cosas que de verdad necesitaba. De camino, me encontré con un sudanés, Pedro, que me invitó a jugar al fútbol. Dije que sí y modifiqué los planes de la jornada. Abel, firmemente, se negó a participar de tal práctica deportiva de índole barbárica, alegando que el día era muy frío y él tenía más años que yo encima, a su vez me recordó que su lugar de procedencia es la cálida isla de Cuba.
Con Pedro tomamos un taxi y tras unos minutos estábamos en la cancha. Al ingresar al lugar, observo que el partido ya había comenzado. Acostumbrado a los "picaditos" de mi natal Entre Ríos, en Argentina, me disponía a ingresar junto a mi compañero. Quizás uno para cada lado o los dos juntos en un equipo que requería más jugadores o que iba perdiendo por goleada. No. Nos quedamos sentados, a la intemperie del fresco otoñal de la capital china, aguardando a que termine ese tiempo. Sí, ese tiempo. A que el árbitro diera el pitazo final. Sí, el árbitro.
Hace falta aclarar que no se trataba de una copa, de un campeonato, ni de ningún encuentro especial. Simplemente era una reunión de amigos y conocidos jugando a la pelota. Pero es costumbre, según me cuentan, que en cada partido —tan amistoso como sea— hay un árbitro, el offside se respeta a rajatabla y no se puede cruzar la pierna al marcar al adversario. No cruzar la pierna es "no cruzar la pierna", quiero decir que sólo es posible ir directamente a tomar la pelota con un suave y preciso movimiento o… tu equipo sufrirá un tiro libre en contra, puesto que será falta.
Listo, ya está, a demostrar mis habilidades maradonianas. Por ser argentino, los de mi equipo supusieron que tenía algo de Messi y comenzaron a pasarme el balón todo el tiempo, eso es algo que seguramente nunca me volverá a pasar, en ningún lugar del mundo —y que no debería haber ocurrido de ningún modo, por el bien del balón pie—. Cinco minutos después, me encontraba destruido.
Éramos once contra once, cancha muy grande. Comencé con un pique en velocidad, filtrándome entre los defensas del equipo contrario, llegando a los palos el arquero intercepta el balón en un movimiento muy dudoso y arriesgado. Para mí era foul, para mi cuerpo era un "hasta acá, por favor". Ya no soportaba más. En ese momento, comencé a sufrir el cambio climático en mi cuerpo, toda mi estructura pesaba cada vez debido al clima seco de Beijing. No volví a correr con intensidad en todo el partido, definitivamente mi organismo no estaba preparado aún. En mi provincia natal llueve casi todas las semanas, acostumbrarme a la capital china será un proceso que requiere más tiempo.
No me animé a otro partido aún. Puede que el próximo fin de semana.
Mauricio Percara