El espíritu humano: Un discurso recordando la Gran Marcha

XINHUA-CRI 2016-09-28 17:09:26
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Por Mauricio Percara

En Ruijin, provincia de Jiangxi, China, con motivo del 80º aniversario de la Gran Marcha, fui invitado a brindar unas palabras para la ocasión en compañía de una comitiva conformada por periodistas chinos y extranjeros de diversos medios. Esta fue la alocución brindada:

Entre 1925 y 1927 se desarrolló en China un proceso revolucionario que culminó en la masacre del movimiento obrero dirigido por el recién nacido Partido Comunista, a manos del ejército chino conducido por Chiang Kai-shek, resultando muertos aproximadamente 40.000 sindicalistas. Esa cacería de militantes comunistas también se desplazó a intelectuales y estudiantes, y contra el campesinado. Entonces, un joven dirigente del Partido Comunista, llamado Mao Tse Tung, se refugió en las montañas, donde filósofos de la antigüedad encontraban reposo, y así comenzó la revolución.

Entre los años 1934 y 1935, huyendo del ejército de la República de China, las tropas del Ejército Rojo chino, las fuerzas armadas del Partido Comunista de China, emprendieron una odisea a través del interior de China. Este evento es conocido hoy en día como la Gran Marcha, un camino que representó el ascenso al poder de Mao Tse Tung.

Durante la Larga Marcha, los comunistas, bajo el liderazgo de Mao Tse Tung y Zhou Enlai, recorrieron alrededor de 12.500 kilómetros en 370 días. La dureza del viaje a través de la China interior, quedando en el camino casi el noventa por ciento de los que originalmente partieron de Jiangxi, haría de este uno de los episodios más significativos y determinantes en la historia del Partido Comunista de China.

El Ejército Rojo central libró más de 380 batallas, con más de 700 cantones conquistados en esa travesía. Centenares de batallones del Guomintang cayeron derrotados por el Ejército Rojo. Once provincias recorridas, superando 18 montañas y atravesando 24 ríos.

Al otro lado del planeta, en 1810, tras la Revolución de mayo, se inició la guerra de independencia argentina, como parte de un conjunto de revoluciones contra la monarquía española a lo largo y ancho de Sudamérica. Si bien dichos movimientos lograron un éxito inicial, luego su avance sufrió un estancamiento, debido a la resistencia y represión que llevaron a cabo los sectores americanos y peninsulares leales a la corona española, que mantenían su centro de poder en Perú.

En pos de la carrera libertadora, entre el 19 de enero y el 8 de febrero de 1817, el Ejército de los Andes de las Provincias Unidas del Río de la Plata, hoy mi madre patria la República Argentina, consumaba el Cruce de los Andes. Los esfuerzos realizados para atravesar la majestuosidad y monstruosidad de la cadena montañosa más larga del planeta, desde la región argentina de Cuyo hasta Chile, y enfrentar a las tropas realistas leales a la Corona española que allí se encontraban, hacen que este sea considerado como uno de los grandes acontecimientos históricos de Argentina y una de las mayores hazañas de la historia militar universal. Esta proeza formó parte del plan que el general José de San Martín desarrolló para llevar a cabo la Expedición Libertadora de Argentina, Chile y Perú. San Martín padecía de úlceras y, por ese motivo, durante muchos tramos del cruce debió ser trasladado en camilla.

El ejército de los Andes sumó 3.800 soldados argentinos, 1.200 milicianos como tropa de auxilio, 120 barreteros y 21 piezas de artillería.

La base de la alimentación del ejército argentino fue el valdiviano, un plato elaborado a base de carne seca, grasa, rodajas de cebolla cruda y agua hirviendo; y bebían aguardiente por las noches para disminuir el frío.

En esa Gran Marcha, los miembros el Ejército Rojo chino debieron arreglárselas con raíces de plantas y árboles para preservar su hálito vital, o incluso se vieron forzados a alimentarse con sus propios cinturones de cuero vacuno. Mientras veían cómo sus compañeros iban cayendo, dejándolos a merced de las condiciones miserables que habían significado su propia muerte.

Para los argentinos, un San Martín ulceroso transportado en camilla, sin temor a la muerte, es el símbolo máximo del espíritu patriota, acompañado de sus hombres y luchando contra el frío de los Andes; para los chinos, la Gran Marcha, que dejó un saldo casi incontable de víctimas y un número de sobrevivientes muy inferior, representa el milagro de esa nación que buscaba renacer, siguiendo el sendero de la esperanza pese a toda adversidad.

Entonces, señoras y señores, no puedo decir que el espíritu de la Gran Marcha ha influenciado al mundo, porque es el espíritu propio de la raza humana, espíritu de superación, de supervivencia, de animosidad frente a las adversidades del destino y las dificultades que la muerte sigue siempre de cerca con mirada deseosa; el que ha hecho a las fuerzas armadas del Partido Comunista de China no detenerse jamás y buscar la así considerada libertad del pueblo. Es el mismo espíritu que ha hecho a los hombres de los pueblos de todo el mundo, desde los anales de la historia, luchar contra la injusticia. Es el espíritu humano el que se manifestó en esa travesía, en esa supervivencia en pos de los considerados buenos valores. Lo más maravilloso del hombre: la voluntad y perseverancia; se plasmó en la Gran Marcha.

Hoy, la China como potencia económica inspira a y colabora con los países en vías de desarrollo. Esta propuesta de relación ganar-ganar, debería manifestar también la idea de vencer-vencer en el mundo todo: de vencer al hambre, la pobreza, la falta de educación y la discriminación de todo tipo.

La humanidad ha sufrido atrocidades y lo sigue haciendo: la conquista de América, las guerras mundiales, las dictaduras militares, la guerra de Siria, y lamentablemente son apenas algunos ejemplos. Ejemplos de lo que nos hace menos humanos y más bestias. "Las armas son instrumentos fatales que solamente deben ser utilizadas cuando no hay otra alternativa", apunta el tantas veces citado Sun Tzu en El Arte de la Guerra.

Hoy pido por más ideas, por más libros y más poesía, por más palabras y menos armas. Por plumas y no espadas, por más historias de soñadores y menos misiles teledirigidos. Es que no puedo concebir como natural el odio, pero sí la libertad.

Por eso, finalizo este comentario con una imagen ilustrativa. Volvamos al pasado, recordemos y disfrutemos juntos de la simplicidad de la mocedad. Comparto la mirada risueña del joven Mao Tse Tung secándose al sol en la Isla de las Naranjas de Changsha, tras bañarse en las aguas del río Xiang. Así reza un poema de su autoría:

"Desde la Isla Naranja veo a mi alrededor millares de colinas escarlata y el rojo de los bosques. En el intenso azul del ancho río cien barcas luchan contra la corriente.

Las águilas golpean sus alas contra el cielo y en las aguas los peces cruzan como celajes. Bajo el gélido cielo, las criaturas todas rivalizan en el disfrute de su libertad.

En esta inmensidad, profundamente absorto pregunto a la gran tierra y al infinito cielo le pregunto: ¿Quiénes controlan la naturaleza?"

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