Harbin: la dama de blanco

CRI 2016-01-22 10:12:31
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El cuerpo comienza a dormirse, por sectores, lentamente. Ciertos cosquilleos delatores, algunos pinchazos y un falso calor anteceden al entumecimiento de los pies. Siguen las pantorrillas. Luego los brazos entran en fase MOR. Nuestros dedos están echándose una siesta y a través de las fosas nasales ingresan pequeñas dosis de oxígeno que logran atravesar una gruesa capa de mucosidad escarchada. La cavidad bucal ha permitido, calladamente, el ingreso del frío y nuestras muelas tiritan a un ritmo frenético.

Pero, cuando la temperatura es -30º, hasta el cuerpo más rígido puede disfrutar de un helado de vainilla en Harbin, el sitio al que miles de visitantes se acercan cada año para ser parte del festival de esculturas de hielo y nieve más maravilloso del mundo.

Los latidos del hielo, como tambores, presentan esculturas que relumbran ante una multitud silenciosa que tímidamente camina sobre la blancura. Luces multicolores revisten las réplicas heladas del mundo de los hombres, mientras que el sol cae suavemente por el blanco horizonte, bien al norte. Un intenso aroma a stroganoff, ese que alguna vez saborearon los rusos de Vladivostok, aún se percibe en los edificios, en las calles y en los rostros de la gente.

Se oye a lo lejos una buena interpretación de La vida por el zar, de Mijaíl Glinka, seguramente proveniente de una tienda de llaveros, guantes y gorros. En enero la dama de blanco muestra su sonrisa albina, esa que solo el frío más bravo logra provocar.

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