Un encuentro único: Eduardo Galeano en los ojos de una joven uruguaya

Por Laura Olivera Sala, 07-05-2015

Hace más de 10 años atrás, al otro lado del mundo, en una ciudad llamada Montevideo, tuve el placer de conocer a unos de los escritores más famosos de Uruguay: Eduardo Galeano. Yo tenía tan solo 18 años y estaba cursando el primer año de la licenciatura en Comunicación.

2015-05-07 11:08:25 CRI

Hace más de 10 años atrás, al otro lado del mundo, en una ciudad llamada Montevideo, tuve el placer de conocer a unos de los escritores más famosos de Uruguay: Eduardo Galeano. Yo tenía tan solo 18 años y estaba cursando el primer año de la licenciatura en Comunicación. Como las clases no eran muy exigentes (al menos no aún), pasaba gran parte de mi tiempo libre haciendo deporte, en un club de mi barrio. Por la mañana temprano asistía a clases de gimnasia, voleibol y basquetbol, luego ya sobre el mediodía, bajaba a la piscina a descansar. Fue allí, en el lugar menos esperado, donde increíblemente conocí a este hombre tan prodigioso.

Ese club era muy famoso por ser uno de los sitios favoritos del célebre escritor. Estos eran rumores que todos alguna vez, habíamos oído pero que no sabíamos si realmente, eran verdad. También se decía que él tenía un carné de socio vitalicio: que jamás se vencía. Ese carné se lo daban a pocas personas, personas muy exclusivas, a los clientes especiales del club.

Un día, mientras estaba descansando en la piscina, lo vi aparecer. Los rumores eran ciertos: allí estaba él, era nada más ni nada menos que Eduardo Galeano. Recuerdo perfectamente, esa primera vez que lo vi llegar a aquella piscina. Cada vez que él aparecía, todos se quedaban observándolo. Él lo sabía y hacía una entrada magistral, casi en cámara lenta. Antes de sumergirse en la piscina, miraba a su público sin decir nada: parecía un actor de teatro saludando a su audiencia desde el escenario después de un espectáculo.

Nadie se animaba a hablar con él. Les intimidaba su fama. Los más valientes, tan solo se limitaban a saludarlo cordialmente, desde lejos. Para aquellos que no lo conocían, Eduardo se veía como un hombre muy serio.

Metódicamente, Galeano, iba a la piscina tres veces por semana. Nadaba de espaldas, siempre sobre el carril número uno. Parecía estar muy concentrado, tan solo tenía un amigo en la piscina, el "negrito" (así lo llamaba él cariñosamente) y se marchaba rigurosamente, antes de la una y media de la tarde.

Cuando lo vi allí, por primera vez, sentí unos deseos infrenables de ir a hablar con él. Pero tampoco me animé a hacerlo, al fin de cuentas: él era Eduardo Galeano y yo, una joven desconocida. Tenía claro que para acercarme a él, necesitaba una excusa. Luego de pensar mucho, la excusa perfecta apareció en mi clase de fotoperiodismo. Casualmente, una de las tantas tareas que me habían encomendado, era realizar fotografías de retrato de una persona muy especial. ¿Quién más especial que él? Esta excusa era perfecta para aproximarme, para lograr un gran producto periodístico de excelente calidad y al mismo tiempo, asombrar a mis profesores.

Me acerqué a él, le conté quién era y le expliqué la situación: me habían encargado tomar unas fotografías de retrato y para eso, quería retratarlo a él pero no como tantos lo han hecho, quería algo diferente. Le conté una idea loca que me había surgido: fotografiarlo en la piscina. Eso sin duda, iba a ser algo que nadie más habría hecho antes. Para mi gran sorpresa, aceptó.

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