Jim Thorpe ganó la medalla de oro en el pentatlón y el decatlón. Fue una verdadera hazaña, ya que en ninguno de los Juegos disputados hasta entonces nadie había disputado esta dos pruebas, caracterizadas ambas por su extrema dureza. De ahí que cuando el rey sueco Gustavo V le impuso las medallas lo calificara como "el atleta más grande de nuestros tiempos". En ese momento, nadie podía imaginar que aquellas dos medallas de oro, en lugar de ser motivo de felicidad para Jim Thorpe, serían la causa de una larga y profunda tristeza.
Jim Thorpe, de origen indio, nació en 1888 en una familia pobre y cuando tenía 16 años quedó huérfano de padre y madre. Quizá fueron las duras circunstancias de su infancia y juventud lo que contribuyeron a que desarrollara una constitución física fenomenal y una fuerza de voluntad admirable. Además del atletismo, practicaba el fútbol americano, el béisbol, la lucha, el hockey y el baloncesto. Ya en la universidad, en 1909 Thorpe jugó en un equipo semiprofesional de béisbol a cambio de quince dólares a la semana. Muchos universitarios aprovechaban las vacaciones de verano para ganarse la vida disputando partidos profesionales. Pero Thorpe, tal vez por ingenuidad, no hizo lo que hacían sus compañeros: inscribirse en los partidos con un seudónimo para conservar su condición de deportista aficionado.
Tras ganar dos valiosas medallas de oro en los Juegos Olímpicos de 1912, Jim Thorpe se convirtió en un héroe nacional. El presidente estadounidense, William Howard Taft, le envió un telegrama de felicitación en el que lo calificaba de "orgullo del país" y "ciudadano modelo". Pero lo cierto es que este gran atleta de origen indio no obtuvo la ciudadanía estadounidense hasta 1916. Nadie dudaba de que a aquel magnífico deportista le aguardaba un futuro espléndido. Pero los alegrías no le duraron mucho.
Unos meses después, un periodista descubrió los antecedentes de Thorpe como jugador profesional de béisbol. En la investigación abierta por la Federación Estadounidense de Atletismo, Jim reconoció el hecho, pero argumentó que ignoraba que eso tuviera algo que ver con la participación en dos pruebas olímpicas totalmente distintas del béisbol. Haciendo oídos sordos a las numerosas protestas, dicha Federación y el Comité Olímpico Estadounidense lo descalificaron como deportista aficionado. Poco después, el Comité Olímpico Internacional le privó de las dos medallas, ya que, técnicamente, en las Olimpiadas solo pueden participar deportistas no profesionales. Esta decisión fue tan impopular que los segundos clasificados se negaron a aceptar las medallas.
Decepcionado, Thorpe decidió dedicarse de lleno al deporte profesional, de modo que cuando se retiró perdió su única fuente de ingresos. En 1932, año en que los Juegos Olímpicos se celebraron en Los Ángeles, Thorpe vivía en esta ciudad estadounidense, pero debido a su precaria situación económica no podía comprar ni siquiera una entrada. Después de que un periódico local informara de su lamentable situación, desde todos los rincones del país empezaron a enviarle entradas. Además, fue invitado a asistir a la ceremonia de inauguración, que presenció junto al vicepresidente de EE.UU. Su aparición en la tribuna de honor del estadio desató una tormenta de aplausos. En 1950, los columnistas y periodistas deportivos de su país lo eligieron como uno de los mejores deportistas de la primera mitad del siglo XX.
Jim Thorpe murió en 1953 a causa de un cáncer cuando tenía 65 años. Su último deseo fue que le devolvieran las medallas. Gracias a los esfuerzos de sus seguidores, en 1983 el Comité Olímpico Internacional entregó a su hija las dos medallas que Thorpe había ganado 71 años antes en los Juegos de Estocolmo. Al año siguiente, el nieto de Jim Thorpe, William, junto con la nieta de otra leyenda estadounidense, Jesse Owens, realizaron el primer relevo de la antorcha olímpica de los Juegos de Los Ángeles. Así fue como, finalmente, este gran atleta de origen indio recuperó el glorioso lugar que le corresponde en la historia del olimpismo. |