Los IV Juegos Olímpicos se celebraron en 1908 en Londres coincidiendo con la Exposición Mundial, cuyos organizadores se encargaron por tercera vez de la financiación del evento deportivo. Escarmentados con lo sucedido en París y Saint Louis, el Comité Olímpico Internacional y Pierre de Coubertin se mostraban muy preocupados por la excesiva comercialización de los Juegos. Sin embargo, excepto por la prolongación del calendario, los de Londres, además de no verse muy afectados por la Exposición Mundial, tuvieron un éxito inesperado.
Con los fondos ofrecidos por la Expo Mundial, se construyó un estadio de grandes dimensiones con capacidad para 70 000 espectadores, toda una hazaña en aquel entonces. Por primera vez en la historia de los Juegos Olímpicos, en su pista se utilizó ceniza. Equipado con cajones de arena para el salto de longitud y el salto de altura, y con áreas para las pruebas de lanzamiento, gimnasia, lucha y fútbol, su aspecto era muy parecido al de los estadios actuales. Pero eso no fue todo. En el centro del estadio se construyó una piscina de 100 metros de largo por 15 de ancho, y se levantó una plataforma para las pruebas de salto. Por si todo esto fuera poco, el estadio contaba también con una pista de ciclismo de 666 metros.
Con un poco de imaginación podemos hacernos una idea de la espectacularidad de los Juegos de Londres: mientras los atletas disputaban una carrera, los ciclistas los adelantaban por un lado y, por el otro, los clavadistas efectuaban sus saltos.
En las Olimpiadas de 1908 se introdujeron varias novedades importantes, como la construcción de una gradería con una estructura de acero, la primera de estas características levantada en una instalación deportiva.
Muchas de las modificaciones introducidas por el comité organizador en varios deportes, sobre todo en el atletismo, se han mantenido hasta el presente.
En la ceremonia inaugural, las delegaciones nacionales, encabezadas por sus respectivas banderas y con sus integrantes uniformados, entraron en el estadio y dieron una vuelta a la pista, desfile que desde entonces ha venido repitiéndose hasta nuestros días.
También fue en Londres donde se acuñó el lema olímpico más famoso: "Lo importante no es ganar, sino participar".
A fin de que la familia real británica pudiera presenciar el maratón con la mayor comodidad, el comité organizador situó la línea de salida en el césped del Palacio de Windsor, en las afueras de la capital, y la de llegada frente al palco real del estadio olímpico. Desde entonces, el maratón se disputa sobre una distancia de 42 kilómetros y 195 metros.
Esta prueba se disputó un día muy caluroso y húmedo. Vencidos por el cansancio, más de la mitad de los cincuenta participantes tuvieron que abandonar. Entre los que siguieron adelante, sobresalió un cocinero italiano llamado Dorando Pietri, un hombre de baja estatura que fue superando a todos sus rivales.
Animado por las ovaciones del público, Pietri apretó tanto su marcha que entró en el estadio con una gran ventaja sobre sus perseguidores. No obstante, había acelerado el ritmo demasiado pronto. El consiguiente agotamiento lo sumió en la confusión y empezó a dar la vuelta para llegar a la línea de meta en el sentido contrario al fijado . Por los altavoces, los trabajadores del estadio le advirtieron de su error. Cuando se percató de lo que sucedía, Pietri dio la vuelta, pero ya no le quedaban fuerzas y cayó al suelo. Dando muestras de una voluntad admirable, se levantó, avanzó unos pasos y volvió a caer. Sin embargo, siguió intentándolo. Su perseverancia conmovió al público, que no cesaba de animarlo con gritos y aplausos. Pero a pesar de sus esfuerzos y el apoyo de los espectadores, Pietri, totalmente agotado, quedó tendido a sólo cinco metros de la llegada.
En ese momento, otro atleta entró en el estadio. Los simpatizantes de Pietri, muchos de ellos con lágrimas en los ojos, se pusieron a gritar desesperadamente y empezaron a rezar para pedir un milagro. Ansiosos por ayudar al atleta desmayado, dos empleados del estadio lo levantaron del suelo y lo sostuvieron hasta que cruzó la meta. Pasadas unas horas, el comité de árbitros desposeyó del título a Pietri, argumentando justamente que había logrado la victoria con ayuda ajena. La medalla de oro fue a parar a manos del atleta estadounidense que había llegado en segundo lugar. Al enterarse de la noticia, los dos empleados del estadio que habían ayudado a Pietri lamentaron mucho haber cometido un error tan grave con la mejor de las intenciones.
Pero finalmente, el tesón del cocinero italiano se vio recompensado. Conmovido por el espíritu de lucha mostrado por Pietri, en la ceremonia de clausura de los juegos un miembro de la familia real le entregó personalmente una copa de oro, para expresarle su admiración, simpatía y apoyo.
En una misa oficiada durante los juegos y a la que asistieron deportistas y funcionarios, un arzobispo estadounidense mencionó en su sermón la hazaña de Pietri y afirmó: "En los Juegos Olímpicos, participar es más importante que ganar". Posteriormente, Pierre de Coubertin, que también estaba presente en la misa, parafraseó así la afirmación del arzobispo: "En el deporte, lo más importe no es ganar, sino participar; porque en la vida lo esencial no es el éxito, sino el esfuerzo realizado por conseguirlo".
Con el tiempo, está afirmación se convirtió en el lema olímpico más conocido. Aún hoy, estas palabras conservan una fuerza espiritual que alienta a los jóvenes a unirse al movimiento olímpico. |