Antes de que se celebrasen los primeros Juegos Olímpicos, el Comité Olímpico Internacional ya había decidido que los segundos se realizaran en París, capital de Francia. Sin embargo, entusiasmados por el éxito de los disputados en Atenas, los griegos reclamaron que se celebraran siempre en su país, como dos mil años atrás. En esta serie "Historia olímpica" les explicaremos por qué su deseo no se hizo realidad.
En 1894, año en que se disputaron los Juegos Internacionales de París, Pierre de Coubertin propuso que las primeras Olimpiadas de la época moderna tuvieran lugar en la capital francesa. Pero la mayoría de los delegados de otros países rechazaron su propuesta y votaron a favor de Atenas, puesto que consideraban que el mejor modo de simbolizar la recuperación moderna del antiguo esplendor de los Juegos Olímpicos era celebrarlos en el país donde habían nacido. Coubertin rectificó y sugirió que su segunda edición, la de 1900, fuera organizada por París, donde el mismo año iba a celebrarse la Exposición Universal. Ante la oportunidad de poder aprovechar este acontecimiento para difundir el olimpismo, los miembros del Comité Olímpico Internacional acordaron que los segundos Juegos Olímpicos de la era moderna tuvieran como escenario la capital francesa.
Pero durante los primeros Juegos, los griegos cambiaron de idea. En efecto, al comprobar el éxito del evento y el fervor de la población, los delegados griegos, argumentando que los Juegos Olímpicos constituían una parte inalienable de su cultura, insistieron en que Atenas fuera su sede única y permanente. Algunos radicales llegaron incluso a afirmar que su celebración en cualquier otro país supondría un expolio público de la gran civilización griega. Una vez clausurados los Juegos, el propio rey de Grecia, Jorge I, se sumó a esta petición.
En aquel entonces, Coubertin ya había sustituido al griego Demetrius Vikelas como presidente del Comité Olímpico Internacional y, por lo tanto, como máximo dirigente del movimiento olímpico. Resuelto a no hacer más concesiones, Coubertin respondió al argumento de los griegos declarando que el espíritu olímpico era universal y que el evento debía celebrarse en países diferentes para inyectar mayor vitalidad al movimiento.
Ante la inflexibilidad de Coubertin, muchos griegos lo tacharon de "ladrón cultural". Pero lo cierto es que debe agradecérsele su firmeza, puesto que de lo contrario los Juegos Olímpicos difícilmente se habrían convertido en lo que son hoy en día: el movimiento deportivo y cultural más importante del mundo.
Sin embargo, París vio frustradas sus esperanzas de aprovechar la influencia de la Exposición Universal para elevar el prestigio de los Juegos Olímpicos. Lo que sucedió fue que esa "influencia" resultó excesiva, puesto que el Gobierno francés asignó los preparativos de las Olimpiadas al comité encargado de organizar la exposición. Pero los principales miembros de dicho comité no tenían ningún interés en el deporte, de modo que dejaron de lado el proyecto de organización presentado por Coubertin. En realidad, su objetivo era utilizar lo que consideraban simples espectáculos de fuerza física y competiciones recreativas para promocionar la exposición. De ahí que pasaran por alto casi todas las ideas aportadas por Coubertin para organizar unos Juegos puros y magníficos. Baste decir que el estadio olímpico prometido por el Comité Organizador de la Exposición Universal nunca llegó a construirse.
Al constatar la ignorancia de sus compatriotas, Coubertin, hasta entonces ilusionado con que los Juegos celebrados en su tierra natal tuvieran un éxito aun mayor que los disputados en Atenas cuatro años antes, sufrió un amargo desengaño. En su diario se lamentaba diciendo: "En el mundo hay un lugar que se mantiene indiferente ante las Olimpiadas: ese lugar es París". Su sensación de frustración estaba plenamente justificada, ya que sus esfuerzos no habían logrado el merecido reconocimiento. Además, no hay que olvidar que en aquellos tiempos iniciales la supervivencia de los Juegos Olímpicos se vio varias veces en entredicho.
Las Olimpiadas de París 1900 fueron tan modestas que no tuvieron un estadio fijo ni ceremonias de apertura y clausura. A fin de adaptarse al programa de la Exposición Universal, los Juegos se prolongaron varios meses: las pruebas de esgrima se disputaron en junio; las de gimnasia, en julio; las de natación y las regatas, en agosto; las de ciclismo, en septiembre; y las demás, en otros meses, sin ninguna razón que lo justificase.
Al no contar con sedes propias, las competiciones olímpicas se convirtieron en actividades promocionales de la Exposición Universal. Las pruebas de esgrima, por ejemplo, se disputaron en el pabellón de armas; las de ciclismo, en el de vehículos; y las regatas, junto al pabellón donde se exponían salvavidas y productos similares.
Hubo pruebas consideradas comercialmente poco atractivas, como las de lanzamiento de disco y martillo, que fueron "desterradas" por los organizadores a una pista situada en un bosque de las afueras de la ciudad. Sus dimensiones eran tan reducidas que de vez en cuando un disco o un martillo terminaba en el bosque. Después de cada ronda de lanzamientos, atletas y trabajadores tenían que trepar a los árboles para recuperar los discos y martillos que se habían quedado enredados entre las ramas.
Muchos deportistas, entre ellos varios ganadores, creían que habían participado en alguna actividad de la Exposición Universal, no en unos Juegos Olímpicos. Y es que los ganadores no recibieron ningún tipo de diploma. Lo único que se les entregó, varios meses después de que finalizaran las competiciones, fue una insignia conmemorativa rectangular en la que no figuraba ningún símbolo olímpico. Por todo ello, no resulta exagerado afirmar que la organización de los Juegos Olímpicos celebrados en París en 1900 fue pésima. |