Hoy vamos a dedicar nuestro programa de la serie "Historia de las Olimpiadas" a los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, los celebrados en Atenas, capital de Grecia, en 1896.
En aquel entonces, la prueba que despertó mayor expectación fue la del maratón, cuyos orígenes históricos son hoy de sobras conocidos. En agosto del 490 a. de. C., durante la primera guerra médica, el ejército ateniense, mandado por Milcíades, derrotó a los persas, que habían desembarcado en la llanura de Maratón. Cuenta la tradición, que, a pesar de su cansancio y sus heridas, un mensajero de las tropas atenienses llamado Filípides corrió más de cuarenta kilómetros para anunciar la buena noticia ante el areópago, el tribunal superior de la antigua Atenas. Tras pronunciar la histórica frase "Hemos ganado", Filípides cayó muerto.
Tras haber investigado la leyenda de Filípides y el lugar donde se libró la heroica batalla, el filólogo y lingüista francés Michel Bréal, conmovido y admirado ante la hazaña de aquel corredor, escribió una carta a Pierre de Coubertin, secretario general del Comité Olímpico Internacional, en la que le propuso honrar la memoria de Fidípedes introduciendo en las pruebas atléticas una nueva carrera: el maratón.
Coubertin aceptó la propuesta y en los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna la prueba se disputó a lo largo de los cuarenta y dos kilómetros que separan la llanura de Maratón y Atenas, siguiendo un itinerario casi idéntico al recorrido por Filípides. Los griegos esperaban con especial ansia esta carrera, puesto que tras la decepcionante actuación de sus atletas en las demás pruebas, depositaban en ella sus esperanzas de conquistar una medalla de oro en atletismo.
A finales del siglo XIX, la población de la capital griega era de unos 130 000 habitantes. Casi todos ellos, alrededor de 100 000, salieron a la calle para presenciar el estreno del maratón en un evento deportivo internacional. Dado el pistoletazo de salida, los atletas, cuya experiencia en una carrera tan larga era nula, su pusieron decididamente en marcha.
Entre la polvareda levantada por el grupo de jinetes que abrían paso a los corredores, se percibía una escena a la vez animada y caótica. La carrera resultó muy dura, ya que en aquella época, a diferencia de hoy, a lo largo de su recorrido no había servicios médicos ni puestos donde los atletas pudieran proveerse de agua. Algunos de ellos se desmayaron de agotamiento en la primera mitad de la prueba.
Por si esto fuera poco, los espectadores no cesaban de saludar a los atletas ofreciéndoles el vino que habían traído para amenizar el espectáculo, siguiendo así la tradición de sus antepasados. Los corredores estaban tan cansados y sedientos que bebían cualquier cosa, de modo que antes de llegar a la meta muchos de ellos se habían emborrachado.
Sea como fuere, el primer maratón de la era moderna finalizó con un resultado redondo. A unos tres o cuatro kilómetros de la meta, entre los cinco corredores que iban en cabeza se encontraban tres griegos. Cuando la noticia llegó al estadio donde estaba situada la línea de llegada, el entusiasmo del público se desbordó. Finalmente, el primero en cruzar la meta fue un pastor griego llamado Spiridon Louis.
La multitud enloqueció de alegría. Los espectadores corrieron en tropel hacia el ganador, lo levantaron en hombros y lo lanzaron varias veces al aire. En este emocionante momento, un miembro de la familia real griega entregó a Louis un cheque por una suma asombrosa; un barbero le prometió cortarle el pelo gratis toda la vida; un zapatero le ofreció calzado gratis; varios millonarios expresaron su deseo de casar a su hija con el campeón; el pueblo llano, que no tenía nada especial que ofrecer a su héroe, pidió al gobierno que lo incluyera en el gabinete.
Antes de empezar los Juegos, una mujer griega intentó inscribirse en la prueba de maratón. El comité organizador consideró que estaba loca y rechazó su petición. Sin embargo, aquella valiente mujer hizo toda la carrera siguiendo a los hombres y tardó cuatro horas y media en completarla. De hecho, los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna estuvieron reservados a los hombres.
Las medallas las impuso el rey griego Jorge I. En aquellos primeros tiempos no había normas definidas sobre el material, los motivos ni las medidas de las medallas. Pero eran de plata, puesto que para los griegos el oro era un metal demasiado pretencioso. El campeón recibía una medalla de plata, un diploma y una ramo de olivo; el subcampeón, una medalla de bronce, un diploma y un ramo de laurel; al tercer clasificado, en cambio, no se le entregaba nada. Sin embargo, para facilitar la elaboración de las estadísticas, los historiadores suelen considerar ganadores de medallas de oro, plata y bronce a quienes se clasificaron en los puestos primero, segundo y tercero, respectivamente.
Los anfitriones lograron diez medallas de "oro", por lo que tuvieron que conformarse con el segundo lugar en la clasificación general, encabezada por los EE.UU., cuyos representantes se impusieron en once pruebas.
Con todos sus defectos, incluidas la tosquedad de las instalaciones, la sencillez de las reglas y la ausencia de mujeres y de deportistas de numerosos países, los primeros Juegos Olímpicos se desarrollaron en un ambiente festivo y fueron un éxito. Tras la ceremonia de clausura, el rey ofreció un banquete a los deportistas y funcionarios de todos los países participantes. En esta jubilosa fiesta, se despidieron y acordaron reunirse en París cuatro años más tarde. La trascendencia histórica de los Juegos Olímpicos disputados en Atenas en 1896 es innegable, puesto que sirvieron para enlazar con una tradición antiquísima y abrirles un camino hacia el futuro. |