La desaparición de los Juegos Olímpicos se completó durante la Edad Media con la expansión del cristianismo. Las prácticas ascéticas, contrarias al ideal griego de armonía entre lo físico y lo espiritual, se convirtieron en parte de una doctrina moral y religiosa ampliamente aceptada por los católicos y los protestantes, especialmente los calvinistas.
Para los ascetas, el cuerpo es la cárcel del alma. Para que esta pueda salvarse y ser feliz en la otra vida hay que renunciar a todos los placeres terrenales; la mortificación señala el camino hacia la superación de los instintos y la consagración a la vida espiritual; en un cuerpo fuerte se esconde un alma débil y solamente la fragilidad corporal puede impulsar la elevación del espíritu. Esta visión medieval del mundo que contraponía como rivales el espíritu y el cuerpo condujo a un desprecio de este y al deseo de librarse de la prisión carnal cuanto antes para que el alma pudiera disfrutar de la eterna felicidad en el Reino de los Cielos.
El aborrecimiento de los placeres mundanos y del cuidado del cuerpo hicieron que en la Edad Media el desarrollo del deporte se estancara e incluso sufriera un retroceso. Durante siglos, la debilidad física de la población europea unida a las frecuentes hambrunas multiplicaron la devastación sembrada por la epidemias.
A la Edad Media le siguió el Renacimiento, época de máximo florecimiento de las letras, las artes y las ciencias, iniciada a raíz del interés por la cultura clásica grecolatina. La principal impulsora del Renacimiento era la emergente burguesía, nuevo estamento social con poder económico pero carente aún de los medios para alterar el orden teocrático del Estado impuesto por la Iglesia. Los pensadores renacentistas descubrieron los medios que necesitaba la burguesía en la antigua pedagogía griega y, especialmente, en las Olimpiadas: el conocimiento de la propia identidad y el desarrollo armónico del cuerpo y el alma.
El intento renacentista de mostrar el esplendor de la cultura grecorromana chocó inevitablemente con la doctrina de la vida ascética. En innumerables obras de artistas y pensadores del Renacimiento se observan plasmaciones explícitas de cuerpos robustos. Las esculturas de Michelangelo Buonarroti son un buen ejemplo de esta nueva tendencia estética. Aunque trabajan para la Iglesia, los artistas renacentistas expresan vigorosamente su admiración ante la fuerza y la belleza del cuerpo humano. Poco a poco, la influencia de estos y otros genios fue transformando el concepto de belleza compartido por la sociedad de la época.
Durante siglos, en la Europa medieval se creyó que las personas robustas eran esclavos o delincuentes. En contraste, la imagen de Jesús, encarnación de todas las virtudes, era la de un hombre consumido y demacrado, aspecto que resaltaba su sacrificio del cuerpo. Sin embargo, debido a la influencia de los artistas renacentistas, la debilidad corporal fue dejando de ser considerada una cualidad admirable. Al mismo tiempo, se reconoció que, en este mundo, para poder ser feliz se necesita un cuerpo sano y robusto, y que el ejercicio fortalece el cuerpo. Este cambio de mentalidad sentó la sólida base sobre la que se estableció el deporte moderno.
En el siglo XVIII, se extendieron por Europa una ideas que revolucionaron la historia del pensamiento occidental y que hoy conocemos como la Ilustración, un movimiento cultural y filosófico caracterizado por el predominio de la razón y la confianza del ser humano en sí mismo. A algunos pedagogos y personalidades se les ocurrió la idea de revivir los Juegos Olímpicos. Entre los diversos intentos, el más exitoso fue el de unos juegos que se organizaron cinco veces en Grecia. Pero ninguna de estas iniciativas tuvo continuidad. Los organizadores se limitaban a tratar de reproducir en la época moderna una celebración que en el transcurso de los siglos había perdido completamente su base social. Todas aquellas tentativas estaban condenadas al fracaso, puesto que la recreación de unos Juegos Olímpicos de la antigua Grecia en la Europa moderna resultaba un proyecto tan inviable como carente de sentido.
Pero los fracasos de aquellos audaces pioneros inspiraron a un gran hombre: el barón Pierre de Coubertin, fundador del movimiento olímpico moderno. El ideal de este pedagogo francés era organizar una gran competición deportiva internacional que sirviera para promover el desarrollo del cuerpo y el alma, y para fomentar la paz, la amistad y la bondad entre los jóvenes. En realidad, a esta competición podría habérsele puesto otro nombre: "Fiesta del deporte mundial" o "Juegos atléticos internacionales", por ejemplo. Pero Pierre de Coubertin decidió emplear el prestigioso "Juegos Olímpicos", nombre que al mismo tiempo aludía al deseo de acercarse a los ideales de los antiguos griegos, sepultados en la Edad Media, redescubiertos en el Renacimiento y plenamente valorados en el Siglo de las Luces. |