Moma dijo que se encontraba en Madrid durante los atentados con bomba contra los trenes en 2004, y que en esta ocasión tampoco estaba lejos del lugar de los ataques.
"Y solo quiero decir, que no hay que tener miedo. Los atacantes son un puñado de locos. No representan España y mañana será un día normal", dijo Moma de manera calmada.
En ese momento, las calles que rodean La Rambla, donde un hombre condujo una furgoneta blanca a gran velocidad embistiendo a la multitud la tarde del jueves, se encontraban completamente acordonadas.
Aquellos conmocionados por la tragedia esperan ansiosamente el permiso de la policía para volver a sus hoteles dentro de la zona acordonada. Para ellos, mañana es un concepto vago y lejano.
"He estado aquí esperando casi 50 minutos, y la gente no se ha movido en absoluto", dijo una joven francesa en declaraciones a Xinhua fuera del área acordonada.
"Hemos llegado de vacaciones a Barcelona esta mañana. Es una auténtica pesadilla. Estoy completamente horrorizada. No sé lo que vamos a hacer mañana. A lo mejor volvemos a París", dijo.
Nabil Libouri viajó con toda su familia a Barcelona para realizar una excursión de un día. Cuando tuvo lugar el ataque se encontraba en una cafetería cercana con su mujer embarazada y sus dos hijas.
"Lo primero que pensé fue que debía proteger a mi familia, así que nos fuimos a una tienda y nos escondimos allí hasta las 9 de la noche, porque oímos que el conductor seguía fugado", dijo Libouri.
"Después fuimos hacia nuestro coche, pero encontramos la calle bloqueada. Ahora es medianoche, no encuentro ningún hotel. Mi familia está muy cansada, pero no sé qué hacer", afirmó Libouri esperando que mañana sea un día mejor.
El segundo mayor ataque en España desde 2004 ha provocado olas de condenas en toda Europa. Pero para un continente perseguido por la fragmentación social, la condena es solo el primer paso.