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De siervos a dueños
2009-03-20 15:44:09   CRI

Antes de jubilarse, el anciano Chen Zonglie trabajaba de fotógrafo de prensa. Hace cincuenta años, cuando trabajaba en el Diario del Tíbet, fue a la región de Shannan para hacer un reportaje. Allí conoció a un siervo llamado Tsering, nombre que en tibetano significa «longevidad». Pero le explicó el mismo Tsering, este nombre por poco le cuesta la vida. Un día, su dueño, un señor feudal se emborrachó y le dijo que, como se llamaba Tsering, quería comprobar si realmente podía vivir mucho tiempo. Cheng Zonglie relataba así la espeluznante historia del siervo Tsering.

"El señor feudal se divirtió a su costa jugando con su vida. Mandó que le extendieran los brazos y los dedos, y ordenó Tsering que no se moviera. Luego le dijo que, para probar su puntería, iba a intentar arrancarle un brazo de un disparo".

Tsering estaba aterrorizado, pero no se atrevió a contradecirle. Sonó un disparo y Tsering perdió su brazo izquierdo para siempre.

Chen Zonglie entrevistó y fotografió a muchos siervos de los estratos más bajos. Pero, ¿cómo es posible que personas libres acabaran convertidas en siervos?

En el siglo XIII, la región del Tíbet pasó formalmente a depender de la jurisdicción del gobierno imperial central. A mediados del siglo XVII, Shunzi, segundo emperador de la dinastía Qing, confirió el título de Dalai Lama a Losang Gyatso, máxima autoridad del budismo tibetano. A partir de entonces, el Dalai Lama gozó de un poder político absoluto en el Tíbet. Ali es una región tibetana de 320 000 kilómetros cuadrados, superficie superior a la de Italia. Pero en tiempos de la dinastía Qing, esta vasta extensión se encontraba bajo la jurisdicción de solamente dos funcionarios, un monje y un laico, lo que da una idea del poder adquirido por el estamento religioso.

En Ali, la fusión del poder temporal del estado y del poder religioso de los lamas dio lugar a un régimen teocrático feudal en el que los señores acaparaban casi todos los derechos y todas las tierras. Varias sectas del budismo tibetano se repartieron grandes extensiones de tierra para levantar templos donde presentar ofrendas a los monjes. Los Budas Vivientes, los descendientes de altos funcionarios de la corte y los nobles se adueñaron de todo el territorio que quisieron. Aunque los funcionarios, los grandes señores feudales y los nobles representaban únicamente el cinco por ciento de la población del Tíbet, casi toda la región estaba en sus manos. Los campesinos, además de tener que tomar en arriendo las tierras de cultivo, tenían que hacer trabajos forzados sin recibir nada a cambio, así como pagar decenas de tipos de impuestos en especies y en metálico. Como su pobreza les impedía pagar lo exigido, los campesinos quedaron reducidos a la condición de siervos.

A estos campesinos convertidos en siervos sus amos les llamaba langsheng. Aparte de comer y trabajar, los langsheng no tenían ningún otro derecho. Además, la condición de langsheng era hereditaria; es decir, se transmitía de padres a hijos. Escuchemos seguidamente a Tenzin Lhundrup, subdirector del Sector de Economía Social del Centro de Estudios de Tibetología:

«En el viejo Tíbet imperaba un sistema caracterizado por la fusión de los poderes estatal y religioso. O dicho de otro modo: el poder político estaba en manos de la nobleza y las altas jerarquías religiosas. El 95 % de la población tibetana se componía de siervos, gente que no tenía ningún derecho ni ninguna oportunidad de cambiar su situación ni de participar en la vida política».

El código vigente en aquel entonces dividía a los tibetanos en tres clases y nueve categorías. El asesinato de una persona perteneciente a la categoría más alta se castigaba con el pago de la cantidad de oro que pesa lo mismo que el víctima. Pasang, expresidenta de la Federación Nacional de Mujeres de China, nos explica cuál era el castigo cuando el asesinado era un siervo:

«La indemnización exigida por el asesinato de un siervo era una simple cuerda de paja. En el antiguo sociedad tibetana, cuando un siervo moría, su cadáver se dejaba en un lugar a la intemperie para que lo devoraran las águilas, práctica conocida como "entierro celestial". La cuerda de paja se utilizaba para atar el cuerpo. Esto era lo que ordenaba la ley».

Cuando los siervos depositaban sus esperanzas de cambiar su destino en los templos, se les decía que su condición servil era un castigo impuesto por el destino en respuesta a las fechorías que habían cometido en su vida anterior.

El tibetólogo canadiense Tom Grunfeld ve en este razonamiento una astuta forma de control social. Prosiguiendo con este razonamiento, si un siervo intentaba cambiar su suerte, su destino en su siguiente vida sería incluso peor. Por lo tanto, lo mejor que podían hacer los siervos era resignarse y aceptar su situación. A finales de 1948, la Asamblea General de la ONU aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en cuyo primer artículo se proclama solemnemente: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos»; y en su cuarto artículo se afirma: «Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre; la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas».

En 1949, año de la fundación de la República Popular China, el Gobierno Central invitó al gobierno tibetano a entablar conversaciones de paz. En mayo de 1951, ambas partes firmaron el acuerdo Métodos del Gobierno Central y gobierno local tibetano para la liberación pacífica del Tíbet. Dicho acuerdo reconocía la autonomía étnica y regional del Tíbet bajo la dirección del Gobierno Central, y estipulaba que todos los asuntos referentes a las reformas en dicha región se resolverían por medio de negociaciones. Por otra parte, el acuerdo aceptaba el mantenimiento de los funcionarios en sus cargos, así como la continuidad del régimen político vigente y de la posición ocupada por el Dalai Lama.

Tras su fundación en 1956, el Comité Preparatorio de la Región Autónoma del Tíbet decidió eximir del llamado «impuesto sobre el trabajo humano» a los estudiantes y a los empleados de los organismos estatales, exención que simbolizaba la rotura de los vínculos entre los siervos y sus propietarios. Sin embargo, los lamas supremos de los tres templos principales se opusieron a esta decisión y, con el apoyo de fuerzas reaccionarias extranjeras, el estamento de los dueños de siervos lanzó ataques militares contra las organizaciones gubernamentales de base y llevó a cabo una serie de sabotajes en la región.

El marzo de 1959, Lhasa, capital del Tíbet, se sumergió en el caos. Incitada por el falso rumor de que los chinos de la etnia mayoritaria han querían secuestrar al Dalai Lama, la muchedumbre se echó a las calles. Un grupo de lamas armados, juntos con tropas tibetanas, dieron muerte a un funcionario del comité preparatorio. El 16 de marzo, con la ayuda de las fuerzas reaccionarias extranjeras, el Dalai Lama y su comitiva huyó de Lhasa.

Tres días después, el Ejército Popular de Liberación logró sofocar la rebelión. En cumplimiento del decreto del Consejo de Estado hecho público por el primer ministro chino, Zhou Enlai, el 28 de marzo de 1959 el régimen feudal basado en la servidumbre imperante en el Tíbet quedó abolido, gracias a lo cual el pueblo tibetano se convirtió en dueño de su destino.

El pueblo tibetano, fiel testigo de la liberación de su tierra, salió a las calles para celebrar el aplastamiento de la rebelión. Las familias cuyos miembros eran siervos de diferentes señores pudieron reagruparse y quienes sobrevivían mendigando se trasladaron de sus viejos cobertizos a los edificios construidos por el Gobierno Central. Fue entonces cuando los siervos quemaron los libros de cuentas de sus dueños. Kelzang, una campesina del distrito tibetano de Gongka, recuerda aquella fecha con gran alegría:

«Cuando empezamos a quemar los títulos de propiedad de las tierras no me lo podía creer. Estábamos contentísimos, ya que nunca más tendríamos que pagar préstamos con usura. Me sentía tan feliz que no pude contener las lágrimas».

Lo más excitante era que los campesinos se habían repartido las tierras que antes pertenecían a los propietarios de siervos y, con ello, los medios de producción y ganado.

En septiembre de 1961, todos los sectores de Tíbet fueron convocados a participar en unas elecciones democráticas y los antiguos siervos ejercieron por primera vez un derecho político. En 1965 se fundó el Gobierno Popular del Tíbet y antiguos siervos fueron elegidos dirigentes, convirtiéndose así en los gobernantes del nuevo Tíbet. En sus cincuenta años de reforma democrática, la Región Autónoma del Tíbet ha experimentado un rápido desarrollo económico y social, gracias a lo cual el pueblo tibetano goza actualmente de una vida tranquila y cómoda.

 
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