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Amores Perros de Beijing
2008-04-30 14:19:12   XINHUA-CRI
"A mi perrita pequinesa la han quitado del portal, ay, sí, sí, sí, ay, ya, ya ya?" Esta pegajosa rumba-bulería, que el español Emilio el Moro puso de moda en los lejanos 50, no cesaba de martillarme la memoria en mis primeros tiempos en Beijing, allá por 1995, cada vez que intentaba descubrir algún perro callejero, o al menos atisbar un can asomado a una puerta, inclinado sobre un balcón, o haciendo "la gracia" en un parque. Nada. Había llegado a una ciudad sin perros.

Eso pensaba. En realidad, 1995 marcó un antes y un después para estas mascotas. En ese año el gobierno de la ciudad impuso regulaciones estrictas que de improviso cerraron la posibilidad de compartir el techo con el mejor amigo del hombre, para flexibilizarlas con el paso del tiempo, pero imponiendo un alto cobro ¿Que alguien quería deleitarse en compañía canina?, pues debía pagar hasta 700 dólares por tener al ladrador, una pequeña fortuna para una población que por entonces promediaba los 50 dólares de salario mensuales.

No sé si las cábalas tuvieron que ver algo con esto. El 94, según el horóscopo chino, fue Año del Perro (último del siglo XX, por cierto), y tal vez su influjo tutelar propició lo que en un principio fue un discreto aumento en la población perruna pequinesa, pero que no tardó en devenir verdadera explosión. Y sin control a la vista.

Desde los 80, muchos chinos, que por años desconocieron el placer de tener animales domésticos, habían comenzado a tomarle el gusto a la presencia de los mismos: un periquito filipino por aquí, un goldfish nacional por allá. Pero las cosas, lejos de detenerse allí, pasaron a mayores cuando algunos salieron a la calle exhibiendo pastores alemanes, dogos y otras joyas por el estilo.

Faltos de hábitos ? y sobre todo de leyes apropiadas - para convivir con tan ingente población de mascotas, los ciudadanos se dividieron de inmediato en dos bandos: los que defendían su derecho a poseerlas y los que se sentían amenazados por las dentelladas, los ladridos y la molesta caquita que acompaña a estos seres. La prensa se hizo eco del debate y las autoridades decidieron cortar por lo sano.

Beijing se llenó entonces de cuentos de horror y misterio. Que si partidas de campesinos pagados andaban a la caza de cualquier chucho para despedazarlo; que sólo se aceptaban en la ciudad a los perros con "inmunidad diplomática"; que al que despertara al vecindario con sus ladridos le extirparían las cuerdas vocales. Tan sombrío panorama hizo que muchos dueños de deshicieran de sus animales, regalándolos a personas en otras localidades o vendiéndolos al mejor postor.

Han transcurrido 10 años y el panorama es otro, como otros son los problemas surgidos. Con ese talante pragmático que muchas veces sorprende al extranjero, las autoridades han ido aflojando la mano con respecto a los perros, como también lo han hecho de algún modo con la prohibición de hace unos años para el uso de los fuegos artificiales. Hoy se ven perros por todas partes y de todos los tipos imaginados, sólo que ya van poniéndose irremediablemente viejos y, como era de esperar, están muriendo.

Y ahí está el detalle, como diría el inefable Cantinflas. Parece que nadie previó que no hay perros eternos. Hoy se calculan en más de 250 mil los perros y gatos que pasan a mejor vida en Beijing cada año, sin que la ciudad disponga de un método masivo e higiénico para dar buena cuenta de sus restos. Los ciudadanos recurren entonces a la vía más expedita: entierran a su difunto animalito en cualquier yermo o parque, o lo tiran a un contenedor de basura, lo que supone una seria amenaza a la salud pública. Sólo el ocho por ciento es cremado. Imaginen lo que puede estar cocinándose para el futuro de una urbe donde ya se estima en un millón los cánidos sin licencia (los permitidos están alrededor de los 400 mil).

No ha pasado por alto a nadie, por otro lado, que existen los negocios de expendio de carne de perro. Sin embargo este particular condumio suele ser ofrecido en especial en los restaurantes coreanos de Beijing, donde le hace la competencia a cerdos, reses, aves y pescados, y este tipo de perro se cría, a diferencia de otros tipos de mascota, especialmente para consumo.

En cuanto a mí, debo admitir que en la actualidad ya no me persigue la letanía cantada de Emilio el Moro. La sobreabundancia acabó con la nostalgia. Hay perritas pequinesas ?y de muchas otras razas- en cualquier portal y esquina. Del más inimaginable rincón asoma un hocico húmedo y peludo. Y para no ser menos que los nacionales me decidí a probar la carne del estimado can. Unos amigos chinos me llevaron a un coreano y me pusieron delante un plato de carne humeante, que despedía un tufillo peculiar. "¡Come"!, insistieron. Con seis pares de ojos oblicuos clavados en mí, agarré mis palillos, me llevé aquello a la boca y?saben qué? ¡Que me supo a puro perro!

 
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