NÜ Wa, la hija menor de Yan Di, el dios del sol, era una chica muy linda, ingenua y vivaz. Todos los días iba a la costa para divertirse, ¡- contemplando el oleaje y recogiendo conchas de diversos colores.

Un día que quería ir a la playa, la madre se lo impidió, diciéndole que era probable que hu¬biera una tempestad. No obstante, la chica fue sin hacer caso a las palabras de su madre.
En la playa, después de recoger muchas con¬chas de colores, Nü Wa subió a una gran roca para observar la blanca espuma que levanta¬ban las olas cuando chocaban contra los riscos o las blancas gaviotas que volaban descri¬biendo círculos sobre las verdes aguas del mar.

"¡Qué hermoso es el mar! ¡Con razón mi padre viene a bañarse aquí todos los días!" pensó la chica, sin percatarse de que se apro¬ximaba una tempestad.
De repente hubo una bocanada de viento húmedo y ardiente y llovió a cántaros. Las olas se levantaron como montañas, chocando contra la costa. Nü Wa no logró eludir una enorme ola que la arrastró hacia el mar.
En ese momento, la madre llegó a la playa. El viento la hacía tambalear y la lluvia no le permitía ver nada. Comenzó a gritar en todas las direcciones, llamando a Nü Wa.

Pero no escuchó ninguna respuesta, fuera del rugido del viento, la lluvia y el mar.
Poco después, la tempestad se aplacó y el mar volvió a su calma de antes. Pero la chica no apareció por ninguna parte. Con el corazón desgarrado, la madre se puso a llorar, sentada en la playa.
Después de su muerte, el alma de Nü Wa se convirtió en un pájaro llamado Jing Wei que tenía la cabeza rayada, el pico blanco y dos garras rojas. Vivía en el monte Fajiu, al Oeste. Era tanto el odio que abrigaba la chica hacia el mar que le había arrebatado su vida, que juró llenarlo para vengarse.

Desde entonces, el pájaro llevaba día y noche, con la boca, ramas secas y piedras para arro¬jarlas al inmenso mar. Así pasaron los años, sin suspender nunca su trabajo, dando muestras de una voluntad férrea.
Se dice que posteriormente Jing Wei contrajo matrimonio con el petrel y tuvieron muchos hijos, de los cuales el macho era petrel y la hembra Jing Wei. Cada vez que había una tempestad, los hijos volaban valientemente, dando vueltas sobre el mar, atravesando las nubes y desafiando a las olas, y lanzaban gritos combativos de venganza. Herederas de la tarea que había comenzado su madre, las hijas llevaban, año tras año, de generación en genera¬ción, ramas secas y piedras para arrojarlas al mar.
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