Al parecer, los desbordamientos terminaron gracias al cambio del cauce del río, provocado por la gran cantidad de rocas que fueron arrojadas a sus aguas durante la construcción del Buda. Pero aquí nadie osa quitarle mérito al coloso.
Si la impresión es impactante desde arriba, mirar al Buda a la altura de sus pies es indescriptible. Me sentí insignificante. Sólo podía alzar la cabeza y contemplar con la boca abierta. Es difícil comprender cómo pudieron crear semejante obra hace más de 1,200 años, y más aún, cómo es que se ha conservado tanto tiempo, especialmente cuando la montaña es arcillosa y aparentemente frágil.
Durante los minutos que estuve ante el gran Buda fue incesante la lluvia de flashes: todo mundo quería llevarse a casa un recuerdo del protector de Leshan. Y no es para menos. Estar frente a él es un privilegio.
La voz del guía rompió con mi embeleso: era la hora de abandonar al gigante. Pero no importó, su imagen quedó grabada en mi memoria y en los pixeles de las decenas de fotos que tomé, que podrán explicar mejor que las palabras el dicho local que hace referencia al guardián de la ciudad: "La montaña es Buda y Buda es la montaña".