Justo debajo del teleférico la vegetación era diferente. No había árboles, sólo arbustos, cientos de hectáreas de arbustos que, luego supimos, eran de diversas variedades de té verde próximas a cosecharse.
Al bajar del teleférico, el olor a incienso y una enorme campana de estilo tibetano nos indicaron que habíamos llegado a nuestro destino: el salón de té, en donde al entrar había ya varias mesas dispuestas con tazas de colores en cuyo interior había una pequeña cantidad de hojas de té verde.
Ceremonia de té
Las tazas, sin asa y con una tapa, fueron llenadas de agua hirviendo, y vueltas a llenar en cuanto le dábamos un sorbo a la bebida. La tapa, según nos explicó la guía del lugar, sirve para disfrutar el aroma del té, pues se impregna fuertemente de él. Y agregó algo muy importante: no se le debe agregar azúcar, pues modificaría el sabor logrado tras varios meses de cultivo
Mientras degustábamos un verdadera bebida gourmet, una melodía tradicional comenzó a escucharse y una voz anunció el inicio de un espectáculo. Y vaya si lo fue. Dos hombres y dos mujeres muy jóvenes, ataviados con ropa tradicional, al estilo del kung fu, entraron a escena, y en las manos llevaban ¡teteras con la boca alargada y afilada!, sí, tal como lo había visto en las esculturas minutos antes.
Ceremonia de té
Con gran agilidad y precisión, hicieron una demostración de artes marciales al mismo tiempo que servían té. Según me contó Wan Dai, mi compañero de viaje, este tipo de movimientos se denomina Long Xing Shi Ba Shi o 18 pasos del dragón.
Me imaginé en ese momento en una corte de antaño, al lado del emperador, disfrutando de la habilidad de los maestros del arte marcial chino.