Nadie quería ceder al otro ni el más mínimo espacio, a pesar de que los boletos estaban numerados y aún faltaban 40 minutos para partir.
Una vez que abordé el vagón número 9 busqué el asiento 50, me tocaba ventanilla, "¡qué bien!", pensé, "tendré dónde recargar la cabeza", porque en los asientos del tren, con respaldos largos y rectos, es difícil conciliar el sueño y, cuando se ha logrado, un calambre en el cuello te despierta.
Los asientos son parecidos a las bancas, pero acojinados, y están acomodados como en algunos restaurantes: dos asientos de frente y en medio una pequeña mesa. Se comparten con dos o tres personas, depende del tamaño.
A la hora marcada en el boleto, el tren partió de Chengde, prefectura de la provincia de Hebei. Me quedé dormida casi inmediatamente. En la primera parada me desperté al escuchar mucho ruido, estaba subiendo más gente, esperé a que se apagaran las luces, como normalmente sucede en los autobuses o aviones cuando están en marcha, pero eso nunca ocurrió.
En la segunda estación el mismo escenario. Las personas que iban de pie eran cada vez más, los pasillos se iban abarrotando y pasar al baño se complicaba.
Con la gente que había, el ruido y el calor aumentaban, sobre todo porque no había aire acondicionado, sino unos pequeños ventiladores ajustados al techo. El tren se veía bastante viejo.
Me desperté completamente al escuchar el llanto de un bebé en la tercera parada. Subían al vagón familias enteras con niños en los brazos y la gente se abría paso, a empujones, para colarse entre los huecos de los pasillos.
La edad no importaba, ningún pasajero cedía su asiento ni se conmovía del otro, parecen estar acostumbrados a viajar en estas condiciones. Por allá se veía al anciano cabeceando en el suelo, a la madre con su bebé en un pequeño banquito, casi en cuclillas, a los niños desparramados sobre las maletas, durmiendo parados o en brazos de sus padres que apenas cabían sentados en un pequeño espacio, y a los señores y jóvenes ocupando sus asientos.
Había viajado en tren en dos ocasiones: de Beijing a Tangshan, en el norte de China, y de Shanghai a Suzhou, en el sur del país, pero en ninguna había visto a tanta gente amontonada.
A pesar del escenario, los pasajeros seguían subiendo en cada estación y los que iban llegando o pasaban al baño lo hacían casi pisando a los que estaban en el piso. Lo que más me sorprendió fue que los empleados del tren que venden aguas, refrescos y sopas instantáneas en un carrito que apenas cabe por el pasillo, le aventaban éste a las personas para que se levantaran del suelo y los dejaran pasar. ¡Claro, el negocio estaba primero!
Por lo que pude observar, la gente que iba subiendo en cada estación era de origen humilde, tal vez campesinos, familias numerosas con muchos niños pequeños.
Llegué a Beijing a las 3:30 de la madrugada, una hora más de lo programado. Contrario a lo que pensaba, bajó muy poca gente, no sé cuál era su destino ni por cuántas horas más viajaría de esa manera.
Aunque cada quien elige cómo viajar, en un país con más de mil 300 millones de habitantes, que se moviliza principalmente en tren, las opciones son pocas: los boletos para ir sentados se agotan rápidamente, no se pueden comprar con mucha anticipación y la frecuencia entre un tren y otro es prolongada.
Aunque China cuenta con 86 mil kilómetros de líneas activas de ferrocarril, seguido de Estados Unidos que ocupa el primer lugar mundial, la demanda de transporte es alta. Para darnos una idea, en 2009 los trenes chinos transportaron a mil 520 millones de pasajeros.
En el gigante asiático existen cuatro tipos de boletos de tren: Clase Litera Alta, que son los más caros y tienen compartimentos separados con cuatro literas cada uno; Clase Litera Baja que, a diferencia del anterior, tienen seis literas y no hay espacio entre ellas y el pasillo. Estos boletos son los preferidos de los que viajan por largas horas. El otro tipo de ticket te asegura un lugar, y el último de ellos es para ir de pie.
Aunque la demanda del transporte es alta por la cantidad de habitantes y las escasas alternativas para movilizarse, los boletos para ir parados deberían eliminarse, o al menos establecer un límite en el número de pasajeros que pueden viajar así, o bien, sólo venderlos para distancias cortas.
Pensemos en el peor de los escenarios: un accidente por exceso de personas, dificultad para desalojar a tanta gente en caso de un percance, la posibilidad de un contagio masivo si un viajero tuviera alguna infección riesgosa, o bien, como ha sucedido en algunos casos: que cientos de pasajeros se queden varados bajo el frío y por largas horas cuando la nieve obstruye las vías.
Por otro lado, debe reconocerse los esfuerzos que China está haciendo para mejorar su red ferroviaria. En 2009 realizó la mayor inversión en el sector, el monto fue superior a la suma de las inversiones hechas de 1995 a 2005, lo que representó un aumento interanual del 79 por ciento, según el Ministerio de Ferrocarriles.
Recientemente, se ha invertido mucho en los ferrocarriles de alta velocidad, como el que se inauguró en diciembre pasado, que va de Wuhan a Guangzhou, el cual corre a una velocidad media de 350 kilómetros por hora, reduciendo el tiempo de 10 a 3 horas entre ciudad y ciudad.
Otro ejemplo es la línea que se está construyendo entre Beijing y Shanghai, la cual alcanzaría una velocidad de 350 kilómetros por hora, para unir dos importantes ciudades en tan sólo cinco horas de viaje, comparadas con las 12 que tarda actualmente.
Por ahora, sólo queda esperar a que estos grandes proyectos finalicen y que otros similares se pongan en marcha, sobre todo en el oeste del país, donde existe un menor desarrollo. Mientras eso sucede, millones de pasajeros chinos continuarán con la odisea que representa viajar en tren hoy en día en China.